El snob es un personaje que no tiene desperdicio. Anda de aquí para allá lleno de etiquetas ajenas y orgulloso de hacerle propaganda a personas o empresas llenos de guita.
Es como un publicita que labura ad honorem y se cree más por ¿hacer caridad quizá? Es muy cómico ver llegar al snob; en el caso de la mujer lo primero que hace es apoyar su cartera en el centro de la mesa del bar o restaurant en el que se van a encontrar y la chapita siempre mira hacia la persona que la está esperando. Obvio que el movimiento es involuntario y bajo ningún punto de vista quiere que te des cuenta de la cantidad de plata que gastó en ese bolso horrible, que dice “x” en su frente. Si no le decis nada de su adquisición, seguramente va a hacer de cuenta que se le rayó o se le manchó y allí va a intentar llamar tu atención con un “Uy, me la compré hace 2 días, me salió 600 pesos y ya está manchada”.
Las marcas que consume el snob son las más caras y suelen ser importadas. Por lo tanto, nunca pasan desapercibidas porque sus insignias son enormes y de colores bien llamativos. El producto es casi de la misma calidad (y a veces de calidad inferior) que el resto de los productos que no tienen la chapita. Pero comprarte “aunque sea un llavero de Luis Vuitton” te da un status que no te da el llavero abrelatas que compras en la ferretería.
El snob siempre compra productos en Miami o si se olvida, en el free shop cuando vuelve de viaje. Saca su tarjeta de crédito en todo lugar al que asista, a costa de quedar en descubierto el resto del mes por haber comprado más allá de donde le daba el culo. Usa anteojos de sol en todas las reuniones sociales a las que asiste.
Trata de tomar taxi y si no lo hace, aduce una excusa poco creíble como el miedo a la velocidad de los choferes o la comodidad de las nuevas unidades de la línea que lo deja cerca de su casa.
Tiene un bb o blackie o teléfono celular-computadora, con el que escribe mails y mensajes todo el santo día o se mete en Facebook o twitter, aunque no los sepa usar, porque de alguna manera tiene que justificar los dos mil mangos que se gastó en un rectángulo incómodo que no sirve más que para aparentar.
Se junta a tomar el té, nunca a tomar mate y lleva masas, nunca bizcochos; aunque después se come hasta los bordes de la pizza –si quedaron en algún plato ajeno, porque es chic-. Si hay un deporte para seguir, será el rugby, el golf o el polo. El futbol es una grasada y es estupidizante.
Asiste a cama solar en agosto, para ser el o la primera en tener color en el comienzo de la primavera, cuando lo más natural es estar blanco porque está terminando el invierno.
Los pobres le dan “cosita” y se prende en un par de movidas caritativas, siempre y cuando no tenga que hacerse presente en ningún lugar en el que pueda embarrar sus botas nuevas.
Nunca le falta nada de lo último, desde la juguera hasta la agenda del personaje retro que estuvo de moda también hace 20 años.
Come sushi y le encanta, aun cuando no sabe si está hecho con salmón o con queso crema. Toma tragos “cool” como el margarita o alguno que haya visto en una serie de gente “bien”.
Lo bueno de esta gente, que se cree más, mejor y que anda por la vida sintiendo “lástima” por quienes no comparten su forma de ser, es que también cagan en el baño, sentados como nosotros y en ese punto, la igualdad se hace presente y todos podemos reírnos de todos, sin marcas ni etiquetas.
Así que, querida, traete la cartera de Luis Vuitton, tu blackie nuevo, pasá rápido por La Boca, que hay gente pobre y te da cosita y venite a casa a tomar el té con masas, que te dejo pasar al baño.
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