Buenos días y bienvenidos a la ironía que le pongo al día a día, para que pese menos...

jueves, 23 de junio de 2011

La respuesta, ¿la tendrán los evangelistas?

El otro día, viendo una publicidad muy graciosa de una Institución bancaria, recordé lo difícil que me resulta el ‘sometimiento’ a los sufrimientos cotidianos que me impiden ser feliz.
Soy un ser sufriente por excelencia. Todo me duele, todo me impresiona, todo me da ganas de vomitar o me baja la presión. No soy de las consumidoras de depilación con cera, en primer lugar porque Dios me regaló ese ‘don’, el de no tener el cuerpo revestido de vellos. Con lo cual, muy esporádicamente voy a la depiladora. Pero cuando voy ¡mamita querida, cómo lo sufro!
Toda mujer (y algún que otro hombre) que se haya sometido a semejante tormento arcaico, sabe de qué clase de sensaciones hablo. Pues bien, así como tengo un sentido del olfato demasiado desarrollado, tengo un sentido del dolor mucho más a flor de piel.
Llego al camarín de la depiladora, me sitúo en la camilla de la tortura y me muerdo una mano o un brazo y hago fuerza con los oídos, como tapándolos, al tiempo que intento no respirar para abstraerme de ese momento de dolor inconmensurable. La depiladora me habla, me pregunta de mi vida y se da cuenta de la situación por la que estoy pasando. Entonces tengo que explicarle que soy una exagerada de mierda y que tengo ese ‘ritual’ por las dudas, para estar preparada para el dolor. A veces grito y recibo una mirada muy indignada de la señorita que me atiende. A los 15 minutos -porque nunca demoro más que eso- salgo depilada y toda marcada por las mordeduras. Ahora que lo pienso, nunca lo hablé en terapia. ¿Tendrá solución?
Si me corto un dedo y el corte se ha producido de manera traumática (esto es, de cualquier manera que no sea cocinando, que de todas maneras es un trauma en sí mismo), primero se me baja la presión, después lloro intensamente y después espero a que alguien me limpie y me diga que no voy a morir. Pero mirar la herida, jamás!
Es común que escuche de quien me cura la herida que el tajito que me hice no tiene ni un centímetro. La verdad es que nunca lo sabré, porque no puedo mirarme.
Cuando era chica me hice un corte grosso y me tuvieron que dar 12 puntos. Nunca vi el hilo y creo que estuve un mes con venda y curaciones. Cada vez que mi viejo me cambiaba la venda yo hacía la mayor fuerza posible con el cuello, para mirar justo para el lado contrario al del brazo. Me acuerdo que había estado jodiendo y alardeando entre mis compañeros de colegio con que a mí nunca me habían enyesado ni cosido. Se ve que la vida quería demostrarme lo que es boludear con el destino y me puso una reja en el camino para hacerme un agujero en el brazo, hermoso.
Hace poco me llevé por delante un objeto contundente y me rompí un dedo del pie, salí corriendo casi sin aliento al baño y lloré mucho durante casi 10 minutos. Me tapé, no sé cómo, el pie con papel y vi cómo se llenaba de sangre mientras recordaba los mejores momentos de mi vida en segundos y me preparaba para morir.
En todas estas ocasiones siempre habrá alguien que oficie de ‘víctima’ de mi sufrimiento (y seremos dos). Prestará su ayuda inocente desconociendo lo que le espera. La víctima de mis dolores y heridas querrá ayudar pero no sabrá cómo hacerlo. Se acercará para ver qué me pasa y tendrá que esperar unos 10 minutos hasta que deje de llorar y se le pasarán cientos de razones horribles de mi llanto desgarrador por la cabeza. Una vez que yo pueda hablar (y lo sé porque he visto esa mirada en todos mis momentos de dolor), contaré lo que me ha sucedido y la víctima intentará reírse. Pero se tragará su sonrisa y, en su lugar, tratará de ver la herida a pesar de mis esfuerzos por impedir que me toque. Observará tamaño y calidad y limpiará  la zona. Luego me dirá cómo debo hacerlo yo sola. Pero no voy a poder hacerlo, soy incapaz de verme una herida, una cascarita, un agujerito, un tajo. No puedo porque mi cabeza es más rápida que mi vista y me habré imaginado miles de posibilidades antes de ver la realidad.
Jamás voy a ser una buena compañía para quien tenga algún accidente doméstico o se corte o sienta dolor o lo que sea. Antes saldré corriendo en busca de un tercer ser humano que pueda ayudar a quien me pide ayuda a mí, lloraré o me desesperaré y luego quedaré completamente inmóvil. Con mucha suerte pueda marcar un número telefónico, pero antes de eso tendré que sentarme para evitar el desmayo seguro.
Quiero parar de sufrir, quiero que la sangre que vea en alguna de mis heridas de torpe o de mala suerte me guste tanto como la que veo en las películas de terror que la salpican por toda la pantalla. Quiero que venga un evangelista a casa y me expliqué cómo hago para dejar de torturar a los demás por un simple puntito rojo en mi axila o en mi dedo o en mi pierna. Porque yo ya vi el programa nocturno y no puedo. Lo intento, pero no puedo. Me resulta imposible parar de sufrir!!!





1 comentario:

Norika dijo...

¿probaste con un yogur? jajajaja