Víctima de mí, eso es lo que soy. Me la paso criticando lo que me he dado cuenta que yo también hago. He probado de mi propia medicina y, sin seguro médico, me ha salido muy caro.
Concretamente, he sido víctima de mí misma en el transporte público. No podía ser de otra manera. Me pillé a mí misma haciendo lo que observo de los demás y lo que uso de material para escribir.
Y no ha sido de manera inocente, ha sido a mucha conciencia. Eso me genera más bronca y más pudor. Obviamente la situación en este punto y luego de casi 24 hs de sucedido lo sucedido, no puede ser enmendada.
Ayer fui a visitar a una amiga que vive casi en el Jujuy de Buenos Aires, algo así como lo más al norte adonde uno puede ir a parar, sin salir de la Ciudad. Fui a visitarla pero con ella, porque como estaba cerca de mi oficina, partimos juntas hacia su casa. Es impresionante la cantidad de barrios que una no conoce en esta jungla de cemento (¡qué original mi metáfora!).
Ni bien subimos al colectivo le recordé a mi amiga que ese era mi lugar de mayor trabajo, puesto que es allí donde recabo la mayor cantidad de anécdotas y cuentos ajenos para ironizar.
No obstante ello, a los 5 minutos estábamos hablando (especialmente yo) como dos cacatúas desenjauladas hacía poco y con ansias de contar todo ya.
Recorrimos todos los temas que suelo escuchar en voces ajenas cuando viajo: novios, maridos, hijos, sobrinos, amigos, ex amigos, dietas, padres, actores, novelas. Casi no nos quedó tema para el mate, pero siempre hay algo más para decir, por suerte. Así es que agotamos la mayor cantidad de conversaciones mientras recorríamos quién sabe qué calles.
En un momento le pregunté cuánto faltaba para Chapadmalal, porque parecía que hacía siglos que estábamos paradas en ese colectivo.
Yo no perdí mi tiempo y me lancé a hacer todas las cosas chistosas que se me ocurrieron, desde imitar a las señoras que suben y dicen momentoooo, hasta hacerme la que me peleaba con el chofer porque había frenado bruscamente en un semáforo.
Entre mi amiga y yo viajaba una señora, a la que un par de veces miré de reojo y hasta compadecí, porque sentí que hacía las veces de YO en mis viajes sin compañía.
Y charlamos y charlamos y charlamos y nos dimos el lujo (siempre todo más yo que ella, obvio) de criticar con nombre y apellido a varias víctimas de nuestro largo viaje.
En determinado momento hasta le pregunté la hora a mi amiga, sentía que se me terminaba el aire y que aún no estábamos ni cerca de su casa. Hasta que ya vislumbrando barrios más conocidos o quizá lugares que han aparecido en televisión, me ubiqué y dejé un poco de hablar.
Y la señora que venía viajando entre nosotras y que había sido testigo de todos nuestros divagues y críticas, me pidió permiso para pasar por delante de mí y bajar. Justo en el instante en que estábamos cara a cara, me dijo “Hola, ¿cómo estás tanto tiempo?” y yo recorrí 15 años de vida en busca de esa cara que me sonaba, pero a la que no podía ponerle un nombre. No solo me humilló haciéndome retroceder mentalmente en todo ese viaje, para saber qué mierda había dicho que ella NO hubiera tenido que escuchar, si no que hizo lo mismo con mi amiga. La miró y le sonrió “a vos también te conozco”.
Ambas saludamos educadamente, siempre sin llamar a la señora por su nombre, porque no tuvimos idea en ese momento de quién era.
Cuando se bajó rompimos en carcajadas, yo más de los nervios que por gracia. Todo el trayecto hacia la casa de mi amiga me lo pasé repasando la conversación que tuvimos al lado de la hija de puta que esperó hasta último momento para demostrarnos que se bajaba portando información que me puede hundir de una vez y para siempre. Eso no se hace, se saluda ni bien uno se da cuenta de que tiene a alguien conocido al lado. A mí interrumpirme, no me humilles haciéndome dar cuenta que soy una bocona que piensa, como casi todos que en un colectivo en esta ciudad tan grande no me va a conocer nadie, así que la critico con nombre y apellido y me la banco!
Hoy te puede tocar a vos….así que hablá en clave o decí nombres falsos. Yo ya estoy jugada, esperando que toquen a mi puerta.
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