Me resulta casi imposible evitar el tema. Es un tema que me llama la atención y por momentos me resulta difícil de entender.
Siempre fui bastante pudorosa. Cuando era más chica (sin llegar a la infancia) les cerraba la puerta en la cara a mis hermanas a la hora de entrar al baño. No me gustaba que me vieran desnuda, ni siquiera que vieran algo que estuviera debajo de mi ropa. Me probaba la ropa que me iba a comprar arriba de la puesta (todavía lo hago, ahora por haraganería) y me tapaba en cualquier situación en la que existiera la posibilidad de que se me viera algo.
La verdad es que no considero necesario que los demás vean mi cuerpo al natural, no me parece que pueda agregarle nada a la vida de nadie.
La cuestión de mi incomprensión surge a partir de que empecé a ir a la pileta. Hacía años que no pisaba el vestuario de un gimnasio grande, lleno de mujeres de todas las edades y tipos de cuerpo. Confieso que el panorama es mucho más amplio de lo que mi imaginación pueda alcanzar.
Desde el primer día intenté tener cuidado a la hora de cambiarme. Llegaba y me ponía la malla dentro de la ducha, antes de abrir la canilla y mi cortina estaba casi sellada mientras lo hacía. Luego decidí ir con la malla puesta desde casa, no solo para evitar ser vista, sino también para ganar tiempo.
Lo mismo sucedía cuando salía de la pileta, me bañaba con la cortina casi sellada, me rodeaba con la toalla y me iba a cambiar al sector en el que están todas vistiéndose o desvistiéndose.
Al principio agarraba mi ropa y me metía en un baño para cambiarme sola. Al salir de la ducha veía cómo todas las mujeres se bañaban con la cortina abierta, entraban y salían de la ducha para tomar sus shampoos, jabones o esponjas o simplemente para hablar con otra mujer que se bañaba cerca. Obviamente jamás levanté la vista, sino que andaba con la cabeza baja como persona que se mete en un suburbio yankee por equivocación y se da cuenta de que hay otras personas cometiendo delitos, vendiendo drogas o tranzando con armas.
Luego, cuando iba para la parte de vestuario (como la palabra debiera indicarlo), me daba cuenta que las mujeres hacían de todo, menos cambiarse. Se peinaban frente al espejo, seleccionaban la ropa que se iban a poner, charlaban entre ellas, enviaban mensajes de texto, hablaban por teléfono, se pasaban la piedra pómez por los talones, se ponían cremas, pero no se cambiaban.
Y yo hacía malabares para ponerme el corpiño encima de la toalla y sacar la toalla por debajo del corpiño, sin que se moviera, intentando sostenerme para que no se me viera ni un dejo de mis lolas. O me doblaba para poder ponerme el vestido primero, luego la crema en la parte superior de las piernas y luego la bombacha.
Me preocupaba mucho por no ser vista, sin darme cuenta de que a nadie le importaba estar atenta a la posible fuga de alguna de mis partes. Únicamente cuando estaba totalmente vestida y lista para irme, me movía hacia el espejo para peinarme. Siempre me cruzaba con alguna que, totalmente desnuda, se iba a pesar a la balanza que da al espejo.
La ventaja que tiene que la balanza esté ubicada ahí, es que todas las que se peinan te pueden ver el culo entero, de cabo a rabo. Y lo gracioso, siempre y cuando no sea yo quien está parada en la balanza, es que a ninguna le importa un huevo que las demás le miren el culo.
Con el correr de las semanas dejé de cambiarme en la ducha. Luego de bañarme, me encremaba en una ducha a escondidas, aunque sin cortinas y me iba al vestuario con mi toalla atada, a ponerme la ropa interior antes de quitarme la toalla.
Ahora, hoy, hace un rato, me encontré yendo para el lado del espejo en corpiño y calzas, como si nada, como si el aire fuera libre, como si estuviera sola en mi casa, con una falta de decoro total y absoluta, con la impunidad de los que viven en esos suburbios por los que me solía pasear.
Ahora, hoy, hace un rato, me encontré yendo para el lado del espejo en corpiño y calzas, como si nada, como si el aire fuera libre, como si estuviera sola en mi casa, con una falta de decoro total y absoluta, con la impunidad de los que viven en esos suburbios por los que me solía pasear.
Eso no es lo más grave. Lo peor es que ayer estuve en una casa de lencería en plena peatonal y salí del probador casi en pelotas, con transparencias y encajes puestos y no me di cuenta de que medio centenar de empleados en horario de almuerzo, podían verme mientras caminaban y miraban vidrieras.
Qué fácil se pierde el decoro, que rápido nos vendemos por nada, qué malditos animales de costumbre somos los seres humanos. Yo quiero recuperar mi personalidad, quiero volver a sentir que debo ocultar mis partes al resto de las mujeres del gimnasio y, si es posible, a los pocos hombres que me hayan visto ayer en la peatonal.
Quizá ya sea demasiado tarde para eso. Pero tengo la sospecha de que todavía estoy a tiempo de evitar el envío de mensajes en pelotas. Eso sí que es totalmente innecesario y además, con la extensión de mis mensajes de texto, me puedo resfriar!
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