Quiero estar sola. Quiero cancelar ya todo lo que tenga para hacer e irme a tomar un café por ahí, sola. El problema es que no conozco un lugar lo suficientemente solitario como para poder estar tranquila. En el lugar por el que transito mi rutina, anda mucha gente a toda hora. Mi idea es sentarme, no tener que verle la cara a nadie ni aguantar las historias o cuentos de nadie más.
Mi mañana venía bien; me levanté bien temprano –como me gusta-, enseguida me sentí de buen humor, hice un par de cosas y antes de entrar a la oficina caminé por las calles desiertas de la ciudad y me compré mi café preferido. No debe haber mañana más perfecta en mi vida, salvo aquella en la que salgo de una cabañita directo al mar, haya arena o nieve. Pero como esa corresponde a mis sueños, la de mi realidad perfecta es la que experimenté hoy.
Lástima que se esfume tan rápido. Lástima que exista eso que se llama "gente", que se haya inventado el maldito contrato social y que ahora haya que compartir todo con todos. Bastan unos 20 minutos para que la oficina se llene de gente pelotuda que se dedica a cagarme el humor y las ganas. ¿Cuánto falta para que larguen el impuesto al pelotudo? Ya nomás tener que escuchar a mi compañera preguntándole a su niñera si su nena fue al baño anoche y en caso de no haber ido, que le dé mandarinas, me quita las ganas de terminar mi café.
Que luego haga los reclamos diarios de todo ser humano y que en ningún centro de atención al cliente me den una respuesta más copada que “esto es como un boliche, nos reservamos el derecho de admisión” a lo que sólo se me ocurre responder, dame una respuesta en una semana o me cambio a otro banco, también me tira un poco para abajo. Resulta que ahora no importa quién está del otro lado del teléfono y si lo conoces o no, hacerte el canchero suma, ¿no? Y para ponerle la cereza a la ensalada de frutas vieja y descolorida, aparece el envidioso del otro lado del piso, haciéndose el poronga al grito de “ajá, que milagro que hoy viniste a trabajar!” y mi respuesta se torna sutil para evitar un despido precipitado, con un ‘sí, hoy me toca’ (gordo forro, metete en tu vida y dejame en paz!).
Además, el celular no deja de sonar por la llegada de mensajes de publicidades pedorras o llamadas de gente con la que no tengo ganas de hablar.
Mi pesada compañera de trabajo cada vez que se levanta me mira todo el trayecto hasta el pasillo y yo me hago bien la boluda. ¿Qué miras?!!!!!!!! No vas a obtener mi complicidad ni pagando! No quiero escuchar uno solo de tus comentarios estúpidos que no tienen contenido y que lo único que buscan es chuparle más las medias a tu jefa, dejame de joder! No te acerques a intentar hacerte la que me vas a secretear algo importante, detesto los secretos! ¿Qué tengo que hacer para que te des cuenta de que no tengo onda y no me caes bien?!!
Podría mandarle un mail anónimo y decirle: ojo que la que se sienta frente a vos no te puede ni ver, pero somos solo 2 personas en esta oficina y se va a tornar casi como una confesión cobarde.
Por eso, quiero un poco de soledad, de silencio, de ausencia de gente que molesta. Quiero conectarme conmigo y con esta clase de gente alrededor no se puede. Pero no quiero la onda del ying y el yang ni las flores de Bach ni el olor a sahumerio, solo quiero que me dejen de joder un rato, que se calle el mundo para que yo pueda despertarme del todo, pensar en mis prioridades de hoy, hacer algo al respecto y después sí, que alguien baje la bandera de largada y que se vaya todo a la mierda.
O mejor, quiero sentarme y cerrar los ojos, hacer fuerza y desaparecer; transportarme al desierto de la nada y estar sola hasta cansarme.
Y después me vienen a decir que ‘crudo’ es el frío del invierno. Crudo es el invierno de mi humor, que vive bajo nieve y al que nunca le sale el sol!
Buen día, no me digas que no soy la compañera ideal para tu mañana fría. Pensá cómo estoy yo, que convivo conmigo y decime dónde trabajas que mañana paso a visitarte!