Hoy me desperté animada, con ganas de salir a la calle porque me había prometido a mí misma un café con vainilla y leche en la cadena de cafés a la que suelo ir. Me levanté, me bañé, hice bastante ruido y salí caminando para hacer mi trámite. Ya había avisado que iba a llegar tarde a la oficina, así es que me dispuse a disfrutar de lo que iba a hacer.
Llegué con suficiente tiempo a la cadena de café porque aprendí de la experiencia de la semana pasada y porque a la mañana funciono mejor que a la tarde. No había nadie, así es que me entregaron el café y me senté a leer un libro apasionante que estoy por terminar. A las 8.55 me dirigí hacia el Centro de Gestión asignado para mi renovación de licencia y, a pesar de tener el turno asignado, saqué número para ser atendida. A las 9.10 salió un “Claudio María Domínguez” con la boca torcida hacia el costado izquierdo y nos informó que la impresora de licencias no funcionaba desde el día viernes y que por el momento no iban a comenzar a atendernos. Bien, supuse que no sería un trámite rápido porque la gente que trabaja en estos centros es muy lenta y muy inoperante. Y no me equivoqué.
Decidí tomarme las cosas con calma, tenía mi carpetita con toda la documentación que solicitan para el trámite, el número de orden 6 y mi libro de suspenso a punto de terminar. Me quedé leyendo y escuché que había gente a la que el viernes le habían prometido que hoy iba a estar solucionado el problema y estamos como cuando vinimos de España, pensé.
A las 9.30 decidieron abrir la pequeña oficina y dejarnos ingresar, sin el problema solucionado. Yo ingresé y aguardé mi turno. Interrumpí mi lectura en una parte en la que una ex policía reducía a un acosador y lo dejaba tirado en el piso, apretándole la espalda con su rodilla, mientras él se quejaba del dolor. Eran momentos tensos en la novela y mi mente todavía estaba en ese lugar cuando me tocó entregar mi documentación.
Como me habían robado la licencia en otro país, llevé el documento y la denuncia hecha en el extranjero. Era cantado que la señora de la mesa de entradas iba a ir a buscar a su jefe. Son incapaces de tomar una decisión y hacerse cargo (como dice Claudio María Domínguez). Antes de ir en busca de su jefe me consultó por la denuncia que presenté y le expliqué lo sucedido. Me robaron, hice la denuncia y acá está, vengo a renovar mi licencia. No suena complicado, ¿no? Sin embargo, ellos hacen todo lo posible para que lo simple se torne imposible. A los 2 minutos apareció Claudio María Domínguez y me dijo que no me podía renovar la licencia con esa denuncia. Me dijo que necesitaba el original y mentí que me lo había retenido el Ministerio del Interior cuando tramité mi pasaporte. Sabía que no iba a tener sentido volver a mi casa a buscar el original, porque el problema no era la fotocopia, sino lo “fuera de lo común” de la denuncia. Me dijo que igualmente la denuncia en otro país no servía y que tenía que denunciar el extravío de la licencia en la comisaría más cercana. Se ve que el suspenso y la violencia de la novela en la que todavía estaba inmersa me envalentonaron o sacaron el tigre que hay en mí. Fue la primera vez que al enfrentarme a alguien no titubeé, ni tartamudeé, ni perdí letra al hacer un descargo. Le dije ‘Yo no voy a hacer una denuncia por extravío porque yo no extravié nada. A mí me robaron y acá está la denuncia, ¿qué es lo que no te sirve?’ Claudio no sabía muy bien qué era lo que no le servía y como el Claudio verdadero en su programa (¡¡¡por favor, no lo vean!!!) me mostraba las palmas de sus manos y me hacía la señal de freno, al tiempo que me repetía “dejame hablar”. Me explicaba incoherencias y se quedaba sin letra y ahí arremetía yo ‘Ahora me dejas hablar vos a mí, me parece una ridiculez que me estés mandando a hacer una denuncia si la tengo acá en la mano. No puedo viajar al país de vuelta para que redacten lo que vos querés leer y no voy a hacer una denuncia por robo acá, porque acá no me robaron nada. Lee la denuncia, ahí dice cómo y cuándo me robaron todo. Me parece una ridiculez lo que me estás pidiendo y no lo voy a hacer.’
Luego amenacé con hacer una denuncia por la negativa a dejarme hacer el trámite, recriminé la pérdida de tiempo, desafié a que me dieran una constancia de su inoperancia para mi trabajo y me fui al grito de ‘Son todos unos inoperantes de mierda.’
El problema fue que el permiso en la oficina ya lo había pedido, que ni por todo el dinero del mundo iba a volver a presenciar la charla de la semana pasada y ya estaba en el barrio. Así es que recorrí 8 cuadras puteando a Claudio en voz alta, hablándole como si lo tuviera al lado ‘que si me vas a mandar a una comisaría dame bien la dirección, idiota, porque ni siquiera sabes informar’ y con la novelesca sensación de que alguien del centro de gestión venía detrás de mí, enviado por Claudio y con la misión de molerme la cara a golpes.
Ingresé a la Comisaría más cercana, expliqué la situación y encontré un poco de coherencia en los dos oficiales que se encontraban en mesa de entradas. Ellos coincidieron conmigo en que lo que me habían pedido era una ridiculez, en que no puedo denunciar un delito que se cometió en otro país y por el cual ya me tomaron la denuncia y en que tenían que tomarme el trámite con esa denuncia porque, de lo contrario, estaría incurriendo en falso testimonio si denunciara el robo mentiroso. Por suerte accedieron a tomarme la ‘denuncia’ por extravío y me fui agradecida. Volví a la oficina, recargada como Matrix y con la frente lo más alta que puede tenerla alguien de mi altura. La señora de la mesa de entradas tomó mi denuncia y cuando le expresé mi descontento me contestó “eso dígaselo al coordinador” (Claudio María Domínguez). ‘Claro, si vos no podés decidir ni siquiera si te levantas a la mañana’, pensé y contesté un ‘por supuesto que se lo voy a decir’. Pasé por todas las etapas, desde la visión en la que pifié todas las letras que me mostraban porque le erré al renglón que me pedían que leyera, hasta el estudio psicológico en donde la psicóloga me desafió porque hice un puto círculo muy grande y yo pensé ‘conmigo hoy estás perdida, porque le dejé todas mis pulgas al gato en casa’.
Casi a las 11 de la mañana había terminado el trámite, pero tengo que volver a buscar la licencia, porque con la inoperancia que caracteriza a cualquier oficina de atención al público, nunca solucionaron el problema de la impresora de licencias. Que se agarren, porque cuando la arreglen van a ver mi peor cara de orto en la foto. Los odio a todos!
2 comentarios:
Tu vida es una novela de horror.Que manera de haber gente inoperante ¡Santo Claudio María, ampárame!
estudio psicologico!!?? quien carajo lo "pasara" despues de lidiar con semejante mierda?
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