La hoja en blanco se me hace como el mar cuando me meto y me da miedo nadar. Es como si ese horizonte imaginario fuera a desaparecer por el solo hecho de avanzar con dos o tres brazadas y el mar se volviera más inmensamente infinito de lo que es. Me da un escalofrío que me deja quietita y pensativa.
La hoja en blanco me genera lo mismo, más aun si está dispuesta en mi escritorio para que dé un examen o escriba alguna carta que he estado postergando. Yo sé que hoy en día no existen las cartas, pero a mí de vez en cuando me gusta escribir alguna, aunque no la lleve al correo.
Hoy tengo ganas de escribir pero no tengo un tema del cual hablar. En realidad deben estar por aflorar un par de temas, alguna que otra anécdota y un par de necesidades de desahogos, pero están ahí quietitos, adentro de mi cabeza y no se mueven, como no me muevo yo adentro del mar.
Ahí se movió una idea… o quizá alguna otra idea la empujó para que quede delante de la fila, como en el colegio y sobresalga y yo pueda escribir.
Veamos, la idea que ha fluido y de la que voy a escribir, es la necesidad imperiosa que tiene cierta gente de hablar de sí misma en cualquier ámbito o entorno y la suposición de que al resto le puede interesar lo que tiene para contar.
Me pasa en varios ámbitos que transito, el más común es el gimnasio. Yo voy a dos gimnasios bien distintos: uno de barrio y otro tipo cadena. En el de barrio nunca falta la señora que, al compás del ejercicio que marca el profesor, expresa su imposibilidad de llevarlo a cabo y agrega alguna que otra anécdota. Para ser más precisa, lo podría materializar en un ejemplo: “Ay, no me sale profe. Cuando iba a danza clásica me estiraba un montón pero ahora no sé qué tengo. Desde que dejé de hacer pilates me siento más compacta. Por suerte mi hija, que hace atletismo, me alienta a correr todas las mañanas y eso me sirve para la flexibilidad”. Ok, vamos por parte. El profesor simplemente esbozó un “Nos estiramos hacia la izquierda con la pierna extendiiida…” y todas tenemos que enterarnos de que tu hija hace atletismo, de que vos hiciste danza clásica, de lo que te duele estirarte, ufff, totalmente innecesario.
En el gimnasio tipo cadena se habla más de cuestiones laborales, al menos en el horario en el que voy yo, siempre cuerpo desnudo de por medio paseándose por el vestuario como si nada. Pero también se deslizan cuestiones personales del estilo de “Hoojola, ¿cómo estás? Yo hace mucho que no venía porque me tomé las vacaciones, sí, me fui 2 semanitas a Villa Gesell, a un hotel re viejo que está en la 102 y después cuando volví me dio fiaca venir, porque viste el frio y ahora que está oscuro y justo que iba a empezar se enfermó mi mamá, le agarró el problema del ciático y bueno, estuvimos de acá para allá y yo tendría que haber venido a descargar un poco, pero al final entre una cosa y otra me quedé, pero ahora ya empecé”. Bien, yo bien, me preguntaste cómo estoy pero no me diste tiempo a responder. Ah y no te conozco.
Ni que hablar en el ámbito laboral; cada empleado que va llegando viene con su historia, su anécdota matinal y su pensamiento elaborándose y quiere compartirla con quien llegó primero en la búsqueda de un poco de silencio, en vano. Y surgen todo tipo de cuentos de hijos, esposas, maridos, hermanos, ex jefes, actuales compañeros de trabajo, vacaciones, fines de semana largo…
“El subte era un desastre. Me tuve que bajar y tomé un colectivo pero no avanzaba. Así es que me baje y me tomé un taxi, porque la dejé a la gordita en la casa de la tía, así no se resfría porque ya empieza el clima de invierno y los compañeritos andan todos con mocos y el fin de semana pensamos ir a la placita. Y mi marido me dijo que la abrigue y que la lleve, pero a mí me da cosa, pobrecita, es muy chiquita y hace frío y yo prefiero que se quede con mi cuñada porque ella le hace la meme y le pone los dibus, viste que ahora hay dibus en canal 16 hasta las 12 del mediodía y cuando salgo la paso a buscar y seguro le compro alguna cosita porque me pide siempre que le compre. El padre se olvida de comprarle, pero yo más tarde voy a bajar al quiosco de las esquina, porque ahí venden unos chocolates con juguetitos que le encantan…Ufff, qué cansada estoy, recién llego y ya me iría a dormir, porque casi no dormí anoche. La gordita se pasó a mi cama a las 3 de la mañana y yo me fui a dormir a la cama de ella, pero después empezó a llorar y……”
O.K., cállate por favor, nosotros no tenemos la culpa de tu hija, ni de tu marido, ni del subte, el colectivo y el taxi y merecemos aunque sea un “buenos días” para empezar a escucharte!
No puede faltar el que se encuentra en otra oficina aburrido y a media mañana aparece en la puerta de la tuya y empieza “¿viste lo que dijo el DT de Banfield ayer? -sin destinatario definido- Un hijo de puta, ¿hace cuánto que estamos esperando los 3 puntos? ¿Eh? No se puede creer….” ……. “¿o no?” …… “¿todo bien chicos?” Y se va, derrotado por el silencio y la falta de interés que generaron sus comentarios.
La frutilla del postre son las viejitas –y no tan viejas- en el colectivo, que por lo general se sientan en asientos dobles a la espera de sus víctimas. Y van todo el recorrido, que por lo general es más largo que el tuyo, hablando de sus hijos, sus nietos, sus vecinos y la juventud “qué rara que es la juventud de hoy, cuando yo era joven las cosas no eran así y ahora mirá”.
Por fin llegué a casa, ahora me toca a mí volver loca a los demás con miles de anécdotas, datos irrelevantes, pensamientos absurdos y un poco de ironía para no morir en el intento!
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