Ya sé, me pongo pesada con la pileta. El tema es que me he dado cuenta que es en el agua donde surgen las cosas más curiosas y me parece que tengo el deber de compartirlo con ustedes. Hoy ese “ustedes” está más dirigido a mis lectoras que a mis lectores. Igualmente, seguí leyendo si sos un “ustedes” masculino, porque siempre se puede aprender de las cuestiones de las que hablan las mujeres.
De más está decir que me compré una gorra. Me la compré el mismo día que me meó el elefante, antes de encontrarme con mi amiga y la estrené a principios de esta semana. Cuando salgo del vestuario y me meto en las duchas, estoy en lo que podría llamar ‘temperatura ambiente’. Pensemos que, a pesar de que no hace frío polar, es invierno y andar en malla por la vida no es fácil. De todas maneras me considero (entre otras cosas) una persona valiente y me animo a salir de las duchas hacia la pileta. Gran sorpresa me llevé el otro día cuando me fui introduciendo en el agua de a poco (porque no queda bien tirarse de panzazo en un gimnasio) con mi gorra nueva.
Como estaba tan enojada con la gorra de latex que ahora descansa en el Ceamse, me compré una gorra de licra. Mamita querida, se te congela la cabeza cuando pasa el agua, algo que no ocurría con la de latex. El agua va entrando de a poquito y no está caliente, a contrario de lo que se pueda pensar de una pileta climatizada. Lo que climatizan es el lugar en el que se encuentra la pileta, pero el agua está a temperatura normal. Así es que mojarse la cabeza con agua fresca no es una experiencia del todo agradable.
Por lo que hoy fui preparada y teniendo presente que iba a sentir frío. Me introduje poco a poco, luego de colocarme mis antiparras y con gorrita cuasi nueva que me debe hacer la cabeza con forma de huevo negro (tampoco me miré al espejo con este modelo) y salí nadando lo más rápido que pude, para sufrir menos el frío. Hice un largo de crol, volví con otro de pecho y volví a salir, casi sin frenar, con otro largo de crol hacia la parte más baja de la pileta. Siempre salgo al revés, me acostumbré así. Voy de lo hondo a lo bajo, de lo impar a lo par y mis brazadas siempre terminan en par y suelen ser la misma cantidad que la cantidad final de largos. ¿Por qué es importante todo esto? Para que se entienda la concentración que requiere mi meticulosidad matemática a la hora de nadar y el poco espacio que hay para divagar y pensar pavadas. No obstante ello, suelo mirar las burbujitas que dejan las patadas y brazadas ajenas en mi camino hacia cada punta de la pileta.
Hoy éramos dos mujeres. La pileta está dividida en 4 andariveles, yo estaba en uno de los del centro y la otra mujer en uno de los extremos. El resto, hombres (no dejan entrar animales y me daría asco nadar con pelos de perro por todos lados).
A lo importante: iba por mi tercera pileta de crol, la quinta en total y con 15 piletas más por venir planificadas. Estaba llegando a la brazada 20 cuando toqué la pared del lado bajo y me puse de pie para acomodarme las antiparras. Es una molestia la gorra nueva, no solo se me congela la cabeza sino que además se resbalan las antiparras y me entra agua en una lente. Es horrible estar nadando y sentir que se te ahoga un ojo, además de ser injusto porque el otro ojo lo goza mirando para todos lados sin problemas. A esta altura de mi vida no voy a andar mediando en una pelea entre ojos, ¿no?
La cuestión es que te lo cuento en cámara lenta para que lo revivas conmigo: me levanto y al hacerlo voy teniendo ante mis ojos dos piernas que continúan en un cuerpo. Es inevitable pasar con la mirada por los órganos sexuales, en el camino hacia mi altura o largo final, que suele estar a la altura de las axilas de un hombre. Entonces, me paré y creí ver algo en el camino de mi mirada. Pensé o recordé o dudé y giré mi cabeza con mucho impulso hacia la cintura del hombre que estaba parado al lado mío, preparándose para salir a nadar desde la parte baja de la pileta. Oh, por Dios, la tiene parada! Inmediatamente subí mi vista hacia la de él, morí de vergüenza y huí nadando como si me estuviera persiguiendo la policía. Quería desaparecer a través de las burbujas, él me vio que lo miré. Pero, ¿sabía que la tenía parada? En realidad ¿la tenía parada o yo soñé que se la vi parada? Esto no podía quedar así, necesitaba quitarme la duda (sin doble sentido) por lo que llegué a lo hondo y salí de nuevo nadando a mucha velocidad para cruzar al hombre y corroborar lo que creía. Sí, la tenía parada, aun nadando la tenía parada. Aunque en realidad podía ser la fuerza de gravedad que hacía que le colgara más. La única forma de comprobarlo era comparando ese bulto con el resto. No tuve más remedio, empecé a mirar a los demás nadadores. En un momento ya alucinaba con que uno de ellos estaba desnudo, cuando en realidad solo tenía una malla color piel. Hubiera estado bueno, porque me hubiera despejado definitivamente la duda.
Yo no sé si alguna vez observaste a un hombre nadar, pero la mayoría de los hombres que nadan en el gimnasio al que voy, lo hacen mirando para abajo. Con lo cual, no te ven y muchas veces te llevan puesta o se tragan la pared. En este caso me benefició, porque ninguno vio que lo miraba. En un momento hasta parecía que iba de costado, casi a punto de sacar fotos a cada uno, como si en lugar de nadar estuviera haciendo un informe acuático-periodístico.
Ya no sentía pudor porque, si los hombres se la pasan mirando culos y tetas con impunidad en la calle, ¿por qué yo no puedo mirar bultos mientras nado?
Luego de 20 minutos de nadar sin parar, me di cuenta de que hacía rato que no sentía frío, que no sabía si había nadado 20 o 200 largos y que había dejado de contar. Encontré una nueva distracción, que no está nada mal. Si el hombre me vio reposar mi mirada en su bulto, no lo sé, pero si lo cruzo alguna vez le voy a agradecer, hoy me alegró el día.
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