Había una vez, una hermosa y graciosa mujer que les contaba acerca de una crema que usaba para embellecer sus piernas. Se la había comprado a principios del verano, para poder estar preciosa y esbelta como las modelos de la tele.
Por si todavía no te avivaste, esa hermosa y graciosa mujer soy yo. Sí sí, y en esta oportunidad quiero contarte que la cremita no me sirvió para nada. Bueno, nada lo que se dice nada, no. Me sirvió para cagarme de frío entre los 25 minutos y la hora y media de su aplicación. Pero mis piernas tienen la misma longitud y diámetro.
Debería hacerle juicio al laboratorio o debería dejar de creer que la magia existe. Sin embargo no me doy por vencida. Sigo creyendo en lo increíble. Lo que me reconforta (con el frío que hace estos días y la ola polar y la puta que lo parió) es que no soy la única cenicienta que cree que se va a convertir en princesa con un simple tratamiento. Bueno che, cenicienta vio cómo su carruaje se convertía en zapallo, por lo que tranquilamente yo puedo permitirme pensar que una crema me va a hacer crecer y adelgazar!
Sin ir más lejos, he sido testigo directo de las mil y unas rarezas a las que se somete la mujer para lucir más bella (esta es ideal para ir a contársela al conductor amarillista, rubión y pelotudo de un canal de televisión que tiene el mismo nombre que un continente y que últimamente está escaso de “noticias”).
Creo que fue en 1969 cuando –nos contaron que- el hombre llegó a la luna. ¿Te acordás el traje que llevaba ese hombre? Si te vas a un centro de estética de estos ‘ortomoleculares’ de moda, te vas a encontrar con entre 10 y 15 mujeres acostadas en camillas con esos trajes. Las esteticistas te hacen poner esos mamelucos de plástico y luego te enchufan a una máquina que le da aire al disfraz y calculo que si no estuvieras acostada, podrías volar. Imaginate 20 minas por el cielo en la hora de almuerzo: “son las que se hacen el tratamiento reductor” diríamos y seguiríamos caminando como si nada.
Confieso que si no sabes de qué se trata, dá un poco de miedo abrir una puerta y ver a tantas mujeres acostadas con esos cosos en sus cuerpos. Nunca se sabe qué pueden estar haciendo!
Pero esas son las menos impresionantes; también fui testigo directo de las que tienen millones de abrojos negros y blancos que les rodean todas las partes del cuerpo y desde donde salen cables que les dan como golpecitos. Hay otras a las que acuestan boca abajo y les ponen una banda en la cola y vaya uno a saber qué pasa, porque las tapan con una toalla y se quedan todas dormidas.
Luego las ves, cada una a su turno, pedaleando como locas o caminando en una cinta o esquiando, pero (qué triste) en una máquina en un lugar cerrado, sin siquiera imágenes de una montaña.
Ahora bien, cuando salen de ahí, ninguna tiene piernas de modelo, ¿se habrán dado cuenta de eso? Y la esteticista que las atiende, ¿hará el tratamiento? Porque si lo hace, estamos en el horno o, mínimamente, estamos gastando plata al pedo.
Lo más cómico de estos métodos revolucionarios de reducción, es que tenes que llevarlos adelante conjuntamente con una dieta y con ejercicio físico. ¡Así cualquiera! Eso no es un tratamiento revolucionario, eso es lo mismo de siempre, a cerrar la boca y a mover las cachas!
Entonces, ¿qué es lo que les pasan a través de los cables? ¿No será una especie de ‘samba’ que lo único que hace es mover las camillas y hacernos creer que ahí hay electrodos trabajando? ¿No estarán usando un inflador a gas y por eso se rellena el traje de astronauta?
¿Hasta cuándo vamos a seguir haciendo toda esta sarta de pelotudeces que sabemos que no nos va a convertir en hermosas mujeres? Bueno, a ustedes, yo ya soy hermosa!
Pero, por favor, cuántos años más vamos a pagarle a un señor matriculado para que nos mire en bolas, nos diga que “sí, unos kilitos tenes que adelgazar”, nos dé una hoja con una dieta con faltas de ortografía que básicamente nos prohíbe comer y nos saque los pocos pesos que nos quedan para ahorrar, ¿ehh?
Yo creo que una crema que me congela el orto (con el perdón de los mayores) da menos impresión que meterse en el traje de Armstrong, así es que me queda cuarto pote y tendría que aprovecharlo.
Mientras tanto, señor periodista, ¿por qué no se da una vuelta por algún centro de estética y se busca una noticia para su pedorro noticiero? Las bebidas energizantes como nota central no vende, el "no" robo a una chica con muchas tetas tampoco, pero pruebe con el traje del hombre que llegó a la luna y va a ver cómo sube el rating.
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