Buenos días y bienvenidos a la ironía que le pongo al día a día, para que pese menos...

martes, 27 de septiembre de 2011

No es lo mismo un pájaro loco que un pajero loco...

No soy sexista. Lo busqué en el diccionario y el “sexismo” (no sabía que existía esa acepción de la palabra) es la discriminación de un sexo. Yo no soy discriminadora, solo separo a los pelotudos del resto de los mortales.
Últimamente me están quedando muchos de un solo lado, pero parece que la ley de gravedad funciona bien, porque el planeta tierra por ahora no parece estar inclinándose.
El sábado me junté con una amiga. Charlamos y me contó algo que me resulta bastante común en los hombres. Ella quería abrir un blog para poder hacer pública su ira, pero yo le prometí que me iba a hacer cargo de darle un lugar a su indignación. Mi amiga es una profesional de renombre y re-apellido. Está cursando un posgrado y suele visitar la biblioteca  de la institución (aunque Ud. no lo crea, todavía existen esas personas) para poder obtener material de estudio. En una oportunidad se cruzó con un tipo con el que coincidió más adelante y ambos se dieron cuenta de que sus horarios de clase y sus rutinas eran parecidos. A este tipo lo voy a llamar el “pajero loco”, ya que mi amiga lo describió como un pájaro árabe, con una nariz muy típica y una cara de pájaro terrible y porque luego yo decidí que el tipo es un “pajero”, con el perdón de la gente a la que esta denominación pueda herir en su susceptibilidad.
El “pajero loco” se encontró con mi amiga en la fila de la biblioteca, luego en la entrada de la Institución y luego en la calle. Cruzaron un par de palabras y él propuso tomar un café, teniendo en cuenta que los dos tenían una “hora sándwich”. Pegaron onda, pero onda de la que no tiene contenido sexual, de esa onda linda en la que uno reconoce en el otro muchas cosas compartidas, desde lugar de nacimiento, pasando por lugar de vacaciones, gustos, experiencias, boludeces no tan boludas... Se rieron, la pasaron bien y se tomaron un café. Listo, asunto terminado y cada uno a seguir con lo suyo. Él aportó datos no necesarios a la hora de tomar un café en una “hora sándwich” como que es casado y que tiene dos hijos. Ella no aportó muchos más datos personales que los circunstanciales de tiempo y de lugar. Y cuando hablo de circunstanciales, no me refiero a todos los terminados en “mente” que nos enseñaron en el colegio, porque si hay algo que el “pajero loco” justamente no usó, fue su mente. Me refiero a circunstancias que tienen que ver con la razón que los cruzó, es decir la profesión de ambos, los temas de estudio y las coincidencias graciosas. De esos sí aportó ella, del resto no había porqué hacerlo.
Pasaron dos semanas, mi amiga se acordó de la coincidencia en los horarios y los tiempos y pensó en decirle al “pajero loco” de volver a compartir un café en la “hora sándwich”. ¿Por qué no?, pensó, si él la había invitado la vez anterior (invitación verbal, dejando de lado quién paga y quién no, que no viene al caso) ella podía hacer lo mismo ahora.
Así es que se lo cruzó, ella subía y él bajaba, siempre siendo la biblioteca el punto de partida o llegada y ella sugirió el “hacer tiempo” con un café y él aceptó. Se reunieron en la puerta y caminaron hacia el café. Cuando se sentaron, él abrió su celular y mostrándole unas fotos, le dijo: “Mirá, estos son mis hijos”. Mi amiga miró las fotos y no pudo ni decir “qué lindos son” porque hubiera mentido. Se quedó medio desorientada, pidieron café y la “hora sanwich” transcurrió. Solo que esta vez transcurrió en medio de un clima de tensión y con mucha “medida” por parte del “pajero loco”. Ya no se rieron tanto, ni charlaron tan sueltos ni desprejuiciados como la vez anterior. Mi amiga me contó la situación y no pude más que reírme. Decidí contarle lo que yo había escuchado de lo que ella me había contado, para que entendiera el porqué de mi risa:
Te cruzas con un tipo, que tiene su sexo en la frente el 99 % de las oportunidades. El sexo se les esfuma de la cabeza cuando se casan, pero hasta que no firman lo tienen ahí, entre los ojos.  
Te invita a tomar un café, se da cuenta de que tiene onda con vos y no sabe bien qué va a pasar -si es que pasa algo- pero disfruta del momento y de las coincidencias y la pasa bien. Quizá hasta fantasea con cosas de las que vos jamás te vas a enterar, porque él es un “pajero loco”. Pero te insinúa boludeces descolgadas como “en un pueblo como en el que yo nací no podría estar tomando un café con vos”.
Vos en cambio tenes una “hora sándwich” y conoces a un tipo con muy buena onda que también tiene una hora sándwich y te invita a tomar un café. Van, charlan, se divierten, la pasan bien y listo. El error que vos cometes es el de invitarlo la siguiente vez. En la cabeza del “pajero loco” tu invitación es un avance y entre que le decís de tomar el café y el momento en que efectivamente se sientan, el “pajero loco” se pasa una película entera en la cabeza. Piensa en qué te pasará a vos, en si hay un telo cerca, en cómo le va a hacer ‘esto’ a su mujer, que es su novia del pueblo desde la secundaria, en las ganas que tiene de ponerla y en millones de cosas más. Se caga en las patas y antes de pedir el café, te pone la tapa con la foto de los nenes. Él necesita un freno para la cantidad de boludeces que pensó en los últimos 10 minutos o quizá en las últimas semanas y como no sabe cómo carajo impedir que te tires encima de él –que ciertamente con su cara de pájaro árabe es irresistible-, te muestra las fotos para conmoverte y para evitar que des un paso más y que él termine cediendo a tus encantos.
El problema es que la película se la hizo él solo, vos solo fuiste a tomar un café y de onda, sugeriste una segunda taza en un segundo cruce. Entonces cuando el “pajero loco” te muestra las fotos, vos sabes que ahí se terminó la posibilidad de encontrar a un amigo circunstancial con el cual compartir un par de cafés más, mientras dure lo que dura el posgrado y no –como él aventuró- una amante, mientras dure lo que dura dura.
Detalle: luego de una “hora sándwich” tensa, distante e impuesta por su actitud pelotuda, te pide tu número de celular para pasarte el nombre de una película que quiere recomendarte. No me digas, haceme caer de culo de la risa. Es la única forma que el “pajero loco” encuentra para poder seguir viendo la película esa que se hizo.
Quizá en este momento se esté arrepintiendo de haber puesto la tapa, mientras vos ya estás pensando en que con los días lindos por venir, la heladería va a ser un excelente lugar donde pasar tu “hora sándwich” en compañía de un buen libro.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Sin palabras..............UN PAJERO LOCA jaja buenissimooo