Buenos días y bienvenidos a la ironía que le pongo al día a día, para que pese menos...

viernes, 23 de septiembre de 2011

Cómo vender un monitor y no morir en el intento

Vendí el monitor, el título es bastante elocuente. Decidí utilizar esta herramienta increíble que ha venido en llamarse internet y los sitios que sirven para comprar y vender cosas nuevas y usadas.
Había hecho una mala compra. Me habían engarzado con un monitor que un buen día decidió que ya estaba cansado de funcionar y nunca más prendió. Estuvo un tiempo juntando tierra, pero como ya había un par de cosas más en el departamento que cumplían con la función de juntar tierra, decidimos deshacernos de él. Digo “deshacernos” porque la decisión fue familiar.
De común acuerdo realizamos la publicación en internet y dejamos que entre los interesados se “mataran” y que ganara el que más quisiera pagar por él. Hasta ahí no hay nada copado para contar o por lo menos a mí me parece una transacción que no merece la pena tener un espacio tan especial como este. Pero luego vino la comunicación con el comprador, la entrega y el pago y ahí sí se pone buena la cosa.
Debo aclarar antes de seguir con el relato, que además de odiar a la gente, soy una persona bastante perseguida. Todo el tiempo me persiguen. Eso se lo puedo adjudicar a mi belleza, a mi fama y en algunas ocasiones (las menos) a mi locura. La cuestión es que siempre siento que me persiguen.
Volviendo a la transacción, el mismo día en que se efectivizó la venta yo no me acordaba que terminaba y no estaba pendiente del monitor. Lo tenía como parte del decorado, esperando a que alguien lo adoptara y pasara a mejor vida. Sola, en casa, suena el teléfono y no reconozco el número del cual llaman, pero supongo que es el amor de mi vida. Error, la voz era la de un hombre, pero no era el hombre al que yo esperaba hablarle. Me dijo que había comprado el monitor y que quería pasar a buscarlo al día siguiente. El día siguiente era domingo, olvidate pibe. Entonces el lunes o el martes o el miércoles… y yo hasta el jueves no podía. Medio a regañadientes aceptó que le entregara el monitor el jueves y me dejó su número de celular para comunicarnos. Me pidió el mío, pero no le di el número que uso -el titular-, si no el de un celular “suplente” que tengo, por si me quería perseguir.
El lunes me escribió al suplente preguntándome si podía pasar el martes. A ver, ya te expliqué que no. ¿Crees que por ser mujer cambio de opinión cada 5 minutos o digo no cuando quiero decir si? Pues no, mi lado masculino me permite decir exactamente lo que pienso. Entonces, no es no.
Llegó el miércoles y tuve que embalar el monitor. El pibe me dijo que venía en moto. ¿Por qué me habrá dado ese dato? No lo sé, pero no me gusta nada. Embalé el monitor con mucho nerviosismo y decidí no pensar más en el tema para no ponerme peor. Llegó el jueves y yo estaba lista con mi monitor a cuestas. El desafío era llegar a la oficina con él y entregarlo. A mi casa no iba a ir ese desconocido. Decidí tomar el colectivo que me deja a 2 cuadras de la oficina.
Primer obstáculo: subir a un colectivo de línea con un monitor
Segundo obstáculo: pretender que lo que hay adentro de una caja de monitor, no es un monitor. Esta táctica se debe a que 1) quiero evitar que me digan que no puedo subir con eso al colectivo y 2) quiero evitar que la gente se dé cuenta de que llevo un monitor.
Eventualmente, todo aquel que viera la caja debía interpretar que el monitor era usado y estaba roto, para minimizar el hecho de que yo tenía un monitor en mi poder. Sí, todo el mundo me presta atención a mí, nadie tiene nada mejor que hacer ni nada mejor en qué pensar.
Fue duro, me paré en la mitad del colectivo, cerca de la puerta y me quedé dura como un árbol, con la caja del monitor entre mis piernas. En más de una oportunidad pensé que quizá ese no era el mejor lugar, por la cercanía a la puerta. Mi miedo era que me robaran un monitor usado y sin andar y que luego intentaran rastrearme para cagarme a palos, por haberse llevado tremendo fiasco. Empecé a respirar de manera normal, ya habíamos recorrido (el monitor, los que me persiguen y yo) la mitad del camino y solo faltaba llegar a la parada, caminar 2 cuadras y entrar a la oficina.
Tercer obstáculo: el colectivo se desvió del recorrido. Oh my God!!! Entro en pánico, qué está haciendo chofer?!!! No ve que me persiguen!!!
Me calmé, me dí fuerzas y me dije a mi misma que hay cosas peores. Una cuadra y media antes de llegar a la parada sonó mi celular titular. No sé por qué atendí.
Cuarto obstáculo: Era mi suegra! No, no puedo hablar!! Pero ella no podía entender la situación por la que estaba pasando y hablaba igual. Logré patearla para más tarde y llegamos a la parada.
Bajé, tenía 7 cuadras hasta mi destino final. Así lo pensé  en ese momento y me dije “como la película, hacia ¿la muerte?” y no conseguía calmarme! Iba con la caja en la mano derecha, simulando que no era una caja de monitor la que cargaba y mucho peor, simulando que dentro de la caja del monitor no había un monitor. Caminando y pensando llegué a la conclusión de que el dato que me había pasado el comprador era fundamental. No me había avisado que iba en moto para que le embalara bien el monitor. Me lo había dicho para que abriera mis ojos, cualquiera de las motos que andaban por el centro ese día podía ser él. Cualquiera podía arrebatarme el monitor y hacerme pito catalán. Entonces morí de miedo. Cambié la caja de mano, haciendo de cuenta que no pesaba nada y llegué casi corriendo a la oficina.
Ufff, respiré. A los 10 minutos me avisó el comprador que estaba en la puerta. Bajé a la recepción y había un hombre de espaldas, seguramente cuando se pusiera de frente a mí tendría una bomba molotov que haría estallar el edificio para poder llevarse el monitor usado y roto. Igual me arriesgué, abrí la puerta y le dije “entrá”. Metió la mano en su bolsillo y sacó… la billetera. Me pagó, tomó la caja y se fue.
Esta vez pasa, esta vez no pasó nada porque sabían que iba a publicarlo en el blog. Pero sé que me persiguen y ¿saben qué? No van a poder conmigo.
 

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