Hace un frío ojetudo y la mina tiene la ventana abierta de par en par, en un piso lo suficientemente alto como para que sople viento dentro de la oficina. Sí, comparto la oficina. Si tuviera un reducto de 1 x 1 sería feliz, sin tener que mirarle la cara a nadie, sostener conversaciones pelotudas bien empezada la mañana, bancarme el olor a cenicero que trae el tipo cada 20 minutos, que equivale a las veces que baja a fumar, los ruidos varios por consumo de comidas y bebidas, las conversaciones pelotudas de las que trato de abstraerme, los comentarios fachos en los que no participo aunque me muera de ganas de decirles cuánto los odio, las reiteradas preguntas provocadoras para que reaccione en algún momento y abandone mi silencio…
Cuánto más fácil sería mi vida con un 1 x 1. Saludaría de lejos al llegar y al irme. A veces me encierro un rato largo en el baño para que no me rompan las pelotas. No quiero que se entienda mal, yo amo mi trabajo. Amo hacer lo que hago, me resulta un desafío diario, me permite desarrollar mis aptitudes y conocimientos, me permite crecer, ser mejor día a día. Pero detesto a la gente. Y todavía no encontré la forma de volverme invisible para que no me rompan las bolas.
Cada día se torna más difícil, porque los filtros que solía usar en una época, se me terminaron. Y ni me preocupé en buscar nuevos. Ahora sale todo como viene de adentro, con mucho impulso y la mejor de las intenciones de mandar al mundo a la mierda. A veces mando un freno de mano en la garganta, a veces es demasiado tarde para eso.
Igual, las caras de orto con las que llega la gente a la oficina a veces superan las mías, aunque Ud. no lo crea! Yo llego con todas las pilas. Me sobra energía, lo que me faltan son ganas de bancarme a los pelotudos que habitan estos reductos compartidos. Pero llego con buena onda, que me dura 2 segundos. Y mantengo conversaciones conmigo misma desde que me levanto, pero me cuesta horrores mantenerlas con los demás. Por lo que, si no me queda otra que empezar a hablar luego de X cantidad de horas de haberme levantado, la palabra equivale a un ladrido y va acompañada de un semblante terrorífico. Cualquiera diría que puedo ser la hija de Hannibal Lecter.
Me sigo cagando de frío, así me la banco con tal de no tener que entablar un diálogo con la mina, a la que le das lugar con un ‘hola’ y te cuenta su vida de arriba a abajo, aun cuando vos metas la cabeza adentro de un cajón para demostrarle que te importa un carajo lo que te diga. Además es mala, vive buscando la oportunidad de hablar mal de alguien, de meter fichas en contra de alguien, de hundir a quien pueda desde su lugar de falsa mujer ingenua y desinteresada. Si no la miro, se acerca y me susurra alguna maldad de un tercero al oído. Como no quiero ser su cómplice, le respondo bien fuerte, casi gritando o le digo que no le entendí nada de lo que dijo para ponerla en evidencia. Yo no soy cómplice de nadie, vos solita sos la hija de puta. Se hace la dulce y la simpática por teléfono y es la más soreta de todas.
Hoy es la cima de la montaña de la semana. A partir de la tarde, empieza el descenso hacia el fin de semana. Ya falta menos, voy a contar hasta 5 mil trillones para no morir en el intento.
2 comentarios:
YO TAMBIEN ODIO A LA GENTE
yo odio a los niños!!!!!!!!!!!
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