Me llama una mina a la que inmediatamente tengo que etiquetar: una pelotuda. Me dice que es de la firma X y que está devolviendo un llamado que yo le hice. Le pido que me dé más datos, porque no la ubico y enfatiza el hecho de que yo le dejé un mensaje para que me llamara, como si le molestara que no la recuerde. Le aclaro entonces que el llamado se lo hice hace más de una semana, para marcarle la demora y se hace la pelotuda y me dice que no recuerda cuándo la llamé. Es una linda forma de ubicar a los pelotudos en su lugar, te haces la canchera y te paso con una topadora. Ahora, si sos amable, me quedo en el molde. Bueno, lamento decirte que no me resultaste amable, así que te paso con la topadora.
El motivo del llamado es informarme que está mostrando una propiedad que me interesa. Me recuerda el domicilio en el que se ubica y comienza a describir el lugar. Me dice que tiene ambientes amplios, que es así y asá y me dice todo el tiempo que “habría que hacerle esto y aquello”. En determinado momento la interrumpo, de manera casi abrupta y le consulto “Cuando me decis que ‘habría que hacerle…’ ¿tengo que entender que lo tengo que hacer yo?” y ella, como si fuera una obviedad, me responde que “por supuesto” corre por mi cuenta el arreglo de lo que no está bien en la propiedad. Claro, tendría que haber inferido la obviedad, porque como me estás por regalar la propiedad, lo menos que puedo hacer es arreglarla, ¿no? Ah, no, la propiedad cuesta un huevo y encima yo le tengo que poner guita arriba, ¡qué lindo paquete que me ofreces!
Me dice que a ella no le gusta mentir, lo que a mí me importa tres carajos y medio porque ni sé su nombre –excelente vendedora, ni se presentó, solo dijo para quién trabaja- y que a la propiedad le faltan hacer un par de retoques. Lo sospeché desde que en cada oración agregaba un “le falta pintura”. Agrega que la propiedad es “medio hippie”, lo que me hace soltar una risita al tiempo que concluyo que ella es “recontra prejuiciosa” y cree que yo también lo soy. Como si no me hubiera convencido con tanto dato al pedo, me dice que el edificio es “canchero” y me hace pensar en todas las cualidades que puede tener un edificio, sin poder arribar jamás a ese calificativo para un conjunto de ladrillos y finaliza la oración -que no me mueve un pelo ni genera medio comentario- con un “la gente tiene buena onda”, lo que jamás podría importarme menos, porque no me mudo para hacer amigos precisamente…
Luego concluye con un dato imprescindible para decidir no ir nunca a ver la propiedad. Me cuenta que en el local de abajo del edificio funciona un taller mecánico, por lo que las personas que allí trabajan “miran”. Me quedo en silencio, cuando ella supone que voy a hacer un comentario. Me encanta desubicar al interlocutor. ¿Se supone que debiera agregar algo al comentario pelotudo? Ya sé hacia dónde va con la aclaración, pero voy a dejar que ella termine con lo que empezó a decir. Quiero que quede en evidencia lo pelotuda que es desde mi punto de vista. Por lo que espero que siga hablando, sin emitir sonido. Entonces agrega “funciona como seguridad” y solo puedo esbozar un “ajá”, porque no se me ocurre ningún comentario para expresar lo que siento. Los recursos pelotudos que se usan hoy en día para venderte algo llegan a límites inimaginables. Resulta que ahora me conviene la propiedad que me ofrece esta “sin nombre” porque la gente que labura abajo “mira”. Es buenísimo, mi capacidad de asombro es ilimitada con gente tan pelotuda dando vueltas por ahí.