A veces siento que hay un “gran hermano” que me está mirando y que pone a prueba mi paciencia y mi nivel de tolerancia. A ese gran hermano le diría: “no te gastes, tengo tolerancia menos 20. Ocupate de otro!”. Digo, Dios no puede estar tan al pedo como para preocuparse por mí y por mis niveles de tolerancia.
La cuestión es que, en un esfuerzo sobre humano y por una razón que no puedo explicar, hace un par de meses decidí que una compañera de trabajo podía convertirse en amiga. Nos conocimos en un evento laboral y luego nos fuimos comunicando a través del mail del trabajo, para pasar a hacerlo a través de nuestros mails personales. Al principio fue como un noviazgo; puras risas y momentos copados, donde sentí que ella se parecía mucho y no se parecía en nada a mí a la vez. Me resultó una persona agradable, suave, divertida; un buen proyecto de amiga para una persona sin paciencia ni tolerancia. Igualmente me llamaba la atención que “festejara” por demás todo lo que yo dijese o hiciese.
Pero el diablo muestra la cola y yo soy una desconfiada por naturaleza, así que pude ver cómo aparecía sin que nadie me lo avisara. Al principio el intercambio de mails era pavo e inofensivo. Nos dábamos los buenos días y comentábamos alguna pavada de la noche anterior o del fin de semana. Luego llegó el día en que ella vino a contarme un “problema” que había tenido con una amiga de años y finalmente llegó el día en que le vi la cola.
En realidad había mostrado la cola con anterioridad, pero yo decidí no ser mal pensada y dejarle pasar esa primera vez. Yo estaba enferma en casa y ella me mandó 3 mensajes, el último a las 11 de la noche, alterada, pidiéndome que le respondiera si estaba bien porque estaba preocupada porque no le contestaba los mensajes. Yo estaba bien, sin crédito en mi teléfono. Así que tomé el celular del trabajo y le mandé un mensaje para que dejara de romperme las bolas.
Cuando comenzó a contarme su problema con su amiga, sentí que estaba viviendo un dejavú. “Esto ya me pasó. A este tipo de locas las tengo caladas”, pensé. Pero no le di mayor importancia, porque el problema era entre ella y su amiga. Y un día que no estaba en el trabajo, recibo otro mensaje en el que me pide que me apure en llegar al trabajo “que acá pasan cosas cuando no estás”.
Bien, pensamiento nro. 1: yo manejo mis tiempos según tus antojos. Vos tenes un problema pelotudo con una mina que no conozco. Yo a vos te conozco por mail hace 2 meses y ¿tengo que salir de mi clase de posgrado para escucharte? Sí, sí, esperá sentada.
Pensamiento nro. 2: Seguramente pasen cosas en mi ausencia, ¿quién dijo lo contrario? El tema es que pasen cosas que me involucren. Y el problema es tuyo, así que no me rompas las pelotas!
Ese día llegué a la oficina y me estaba esperando como si se viniera el mundo abajo y tuviera que esperar a que yo le diera el “ok” para meterse debajo de una mesa y esperar lo peor. Ni bien me senté en mi escritorio, recibí un mail de ella en el que me contaba el drama de su vida. Sinceramente pensé en esa amiga de ella y me dije “Inteligente la amiga, se está sacando una loca de encima”. Me pidió un consejo y le respondí el mail con un: “buen día, ¿no?”. O sea, no me rompas las pelotas con tus boludeces y, suponiendo que lo hagas de la manera prepotente y sacada que lo haces, por lo menos saludame. Me respondió que no estaba para “reproches” ese día. Y comprendí que debía comenzar a alejarme inmediatamente de ella. A ese suceso le siguieron muchos, todos del mismo estilo. Desde preguntarme 100 veces qué iba a hacer el fin de semana porque ella tenía ganas de que hiciéramos X, Y o W, hasta mandarme mensajes un día feriado a la mañana, preguntando boludeces.
Me dice “ami”, algo que me pone de los pelos. Me cuenta en cada mail que manda (porque escribe todos los días), que ella es re buena y que todo el mundo le pregunta cómo hace para no estar de mal humor y para ser tan dulce y tan amable. Me dice "me acordé tanto de vos..." cada vez que respira y hace todo lo que yo hago. Ahora bien, una vez le hice un comentario mientras me contaba algo y me paró en seco y me dijo, mirándome a los ojos: “escúchame cuando te hablo”. Se me heló la sangre. Fuera de esa oportunidad, jamás me mira cuando me habla. Siempre mira para un costado o para abajo. No hablo de mirar a los ojos, ni siquiera me mira a la cara, hace de cuenta que habla sola, al aire.
Si le digo algo con mi tono irónico, me responde “trátame bien”. La verdad es que tuve varias amigas que hoy son “ex” amigas y que estaban más locas que una cabra. Evidentemente las atraigo. Pero de un tiempo a esta parte he decidido que para loca estoy yo y que no hay lugar para enfermitas en mi vida intolerante.
Porque ¿a mí qué sorete me importa que la gente esté preguntándote todo el tiempo por qué sos tan buena? Me huele a invento, me huele a que ni vos te crees lo que vendes de vos misma. Y a la primera de cambio, mostras la cola. A mí no me vengas con el cuento. No me conmueven tus experiencias con viejitos no videntes a los que ayudaste a cruzar la calle, ni la enseñanza de amor que te dio un niño con síndrome de down, ni lo valiente que te volviste para defender a un compañero de la primaria de una horrible discriminación. Desde hoy te bautizo mi “Claudia María Domínguez”. Si vos sos buena, te felicito. También sos muy yo-yo, ¿te diste cuenta de eso? No le das lugar al otro, solo se puede hablar de vos, de tus problemas, de tus experiencias, de tus obras de bien y de todas tus pelotudeces.
Para terminar con este descargo, acabo de recibir un mail en el que me dice que le asusta “lo enferma y obse que está la gente”. A mí también, así que hacete humo querida, estás re mal de la cabeza!!!!
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