Buenos días y bienvenidos a la ironía que le pongo al día a día, para que pese menos...

viernes, 6 de enero de 2012

Comienzo que es final.

Para empezar el año ¡con todo!, a uno de mis compañeros de trabajo -falso como billete de 3 pesos argentinos- se le ocurrió organizar un almuerzo.
Mi alegría era inmensa, no veía la hora de acudir a un encuentro espontáneo entre la gente con la que me veo 9 hs diarias de las 14 hs que estoy despierta. Todo un lujo digno de la envidia del universo entero.
Como si tanta buena suerte no fuera suficiente, ese día una de mis compañeras tuvo su acostumbrado percance con su niña y, como quienes tienen hijos tienen beneficios, se retiró sin más de la oficina, sin la mínima intención de volver al mediodía para participar del ágape.
Cuando se acercó la hora de sentarnos a degustar algún plato excesivamente caro en un lugar elegido por un pobre tipo que lo único que tiene es plata, todos tenían algún compromiso que los retrasaba.
Yo, para marcar una vez más la diferencia, no tenía absolutamente nada que hacer más que esperar a que el resto de los asistentes estuviera disponible. Así fue como el almuerzo se atrasó una hora y finalmente participamos 3 personas, de las cuales 1 era yo y las otras dos son personas a las que no soporto más de medio minuto y con las que no quisiera cruzarme nunca más.
Con lo cual, el almuerzo fue una tortura china que pareció eterna. Comenzó con un diálogo entre los dos asistentes relacionado con las vacaciones. Se sacaron los ojos en el intento de ver quién había viajado a más lugares y más lejos. Luego siguieron hablando de la empresa, de sus compañeros, de “la vieja” (en alusión a su jefa) y de lo mal que trabaja todo el mundo. Ellos, está de más la aclaración, son los que mejor trabajan pero no están dadas las condiciones para que lo hagan en la empresa a la que pertenecen, con lo cual nadie puede darse cuenta de sus capacidades.
Siguieron haciendo sus críticas a los psicólogos, alegando que los psiquiatras (¿?) habían pasado por la vida de sus familiares (nunca de ellos) para complicarles las vida. Agregaron que estos profesionales estudian únicamente para solucionar sus locuras y luego lucran con los demás.
Más tarde abordaron el tema de los hijos, donde yo quedo completamente al margen y gracias a Dios no tengo que inventar caras para evitar hacer el mínimo comentario. Se aconsejaron y se criticaron en sus tácticas y estrategias parentales.
Finalmente se encargaron de poner su arsenal de frases discriminatorias sobre la mesa y hacer un potpurrí con sus prejuicios, para finalizar con un par de consejos mutuos de cómo se supone que se debe vivir la vida.
No dejaron de mirar con asco a un niño que pasó por la mesa pidiendo pan ni a una señora que vendía curitas.
Durante esas dos horas, me dediqué a intentar esconder mis sentimientos de odio y rechazo detrás de caras de “yo no fui” o de “qué tonta soy que no entiendo” o de “me perdí, ¿de qué hablan?” como única alternativa a la masacre que hubiera provocado si reaccionaba. Tuve miedo de ser descubierta, pero años de teatro me dieron una mano para salir ilesa de la situación.
Fue un placer haber asistido al último almuerzo de trabajo del que participaré jamás. La comida me la podría haber preparado yo en casa. Mis compañeros con excusas pasaron por la guillotina de los asistentes, lo que no garantiza que yo no pase tarde o temprano por ahí, a pesar de haber asistido sin más.
Así es que a partir de ahora me dedicaré a tener turnos médicos de último momento, llamados de auxilio de algún familiar y/o mucho trabajo como para salir a comer.
Por suerte, en unas horas me voy de vacaciones y no tendré que verles la cara a esta manga de infelices hijos de puta, al menos por una semana.

1 comentario:

Nat dijo...

En la empresa donde trabajé durante 3 años, logré salvarme de TODOS salvo uno evento... el último, al que me tocaba ir porque, vamos, es el último!! Tuve la suerte de participar en una rifa y ganarme un horno (??) que era tan maravilloso que le faltaba sólo decirme que estaba bonita antes de darme mi pizza. Mi jefe, feliz de que hubiera ganado, dio de la orden de NO darme a mi el horno sino de mandarlo a mi mamá de una vez, "Porque es que tu ya te vas, no?" Sí... me quedé sin horno supersónico. Pero me ahorré las malas lenguas. Al menos por esa noche. Vaya una a saber qué barbaridades estarán diciendo ahora que estoy en otro continente...