Buenos días y bienvenidos a la ironía que le pongo al día a día, para que pese menos...

jueves, 20 de octubre de 2011

Cruzadas sin onda

Si hay algo que detesto, es cruzarme con gente conocida. Lo bueno de las ciudades grandes como Buenos Aires, es que existen escasas -cuando no nulas- posibilidades de cruzarte con alguien.
Pues bien, heme aquí para burlar esa posibilidad y ser la puta excepción a la regla. Recuerdo hace años que me había dejado mi novio y yo estaba muy triste y muy deprimida. No quise festejar mi cumpleaños, no por depresión, sino porque no me gusta hacerlo (eso ya lo conté). Y luego de mucho tiempo encerrada, accedí a ir al teatro con una amiga. La obra estuvo buena, yo me distendí y cuando salí de la sala, sí, obvio, el muy hijo de puta había ido a ver la obra siguiente.
Puede pasar, puede fallar. Lo tuve que saludar, porque estaba en mi camino hacia la salida. Obviamente que esas situaciones son una mierda por donde se las mire, porque inevitablemente me pongo nerviosa, me tiemblan las manos, los cachetes se tornan de un rojo intenso y la cantidad de boludeces que salen de mi boca son incalculables. Además, pase lo que pase en una situación así, me la voy a reprochar de una manera u otra y voy a sentir que el otro me vio de la manera exactamente contraria a como me hubiera gustado que me viera, en todo sentido.
Por suerte los superé, al momento y a mi ex. Pero no suelo ser amiga de los encontronazos con gente con la que he tenido un problema, una pelea, ni con gente que nunca me cayó bien o de la que no recuerdo su nombre y que recuerda hasta el talle de mi calzado.
Sin embargo y teniendo en cuenta que soy una excepción caminando, en esta ciudad inmensa siempre encuentro la posibilidad de ser vista. Me gustaría ser invisible en esas circunstancias, así puedo mirar yo y a mí nadie me ve. Porque cuando suceden esos encontronazos, afloran todos mis complejos y me defiendo con todos mis prejuicios.
La semana pasada, por ejemplo, tomé el colectivo para ir a trabajar. Está claro que, más allá del maquillaje y de la ropa recién puesta, las 8 de la mañana no es el mejor horario para cruzarte con nadie. Menos aún, si ese alguien es poco querido por vos o es un enemigo o una antigua parte de tu pasado. Igual debo aclarar que me sentí invadida, porque si alguien decidiera hacer un sondeo de la gente que viaja a diario en la línea de colectivo en la que yo viajo, podría saber enseguida que yo tenía más derecho y antigüedad para estar donde estaba y que no era precisamente la intrusa en la situación.
Además, eso de tomarse el colectivo por un par de cuadras me parece de cuarta. La cuestión es que era uno de esos días en los que viajaba sin libro y sin auriculares puestos, por lo que iba atenta al entorno. Y en una de las últimas paradas (¡qué descaro!) escuché un “hasta Florida…” en una voz de pelotuda grande que se hace la seductora y enseguida reconocí a una turra que había sido compañera mía en la primaria y la secundaria y a quién -aclaro al pedo- detesto. Fue como si el tiempo no hubiera pasado, tenía la misma voz de hija de puta de siempre. Y, como era de prever, estaba bien a la moda, como sacada de la Cosmopolitan. Se había hecho ese jopo de onda que también usaba en la secundaria (y que yo nunca usé porque tengo mucho rulo), tenía pantalones del color de onda, un piloto de onda (porque encima llovía), cartera de onda y caminar de onda. Lo que nunca va a tener es onda por sí sola, por eso debe jugar a imitar a las modelitos de la revista. Y la muy puta estaba flaca, tan flaca que me daban ganas de cagarla a palos. No voy a ponerme en un lugar de mierda ni a describir cómo estaba yo. Pero basta con deslizar que afloraban mis complejos y sobraba mi actitud. En ningún momento la miré y ella se cansó de darse vuelta para verme. La mal nacida estaba sentada al lado de la puerta y yo, más atrás, casi al fondo en un asiento que (la puta que lo parió) es más alto que el resto. Y no me equivoco, sigue siendo tan forra como cuando era chica porque, al llegar a la parada, la yegua me esperó a que bajara y bajó detrás de mí. Antes se encargó de mostrarme su sonrisa socarrona, que vi de reojo porque no pensaba darle el gusto de demostrarle que la había visto. Seguramente quería ver que mi culo era más grande que el de ella.
Chocolate por la noticia turra! Me lo hubieras preguntado y te lo decía, ‘sigo teniendo el culo más grande que vos’, pero además de acumular cachete trasero, acumulé un par de cosas más.
¿Vos? ¿Hace mucho te tomás esta línea? Porque esta línea no es para modelitos turras con cara de caballo. La próxima vez que te veo arriba del colectivo… me bajo. Pero me bajo antes de que llegues a verme el culo, grande, pero siempre en alto.
Comprate una onda, turra. Te odio. Y tanto hueso te queda mal, sábelo.

2 comentarios:

Norika dijo...

me cago de risa.Sos genial

Nat dijo...

No, no tengo ni idea de qué rayos estás hablando... ya me he cambiado de continente 4 veces, lo suficiente para evadir y evitar a toda la gente que quiero evadir y evitar. ¡Lo recomiendo! Pero, cuidado, porque también recomiendo tener twitter y facebook :-)