Buenos días y bienvenidos a la ironía que le pongo al día a día, para que pese menos...

lunes, 23 de julio de 2012

Para qué hablé?!!!

Ya pasó más de una hora y yo sigo puteando. No entiendo por qué me olvido de cerrar la boca y de esbozar sonrisas cada vez que me preguntan cómo estoy. O mejor, debería empezar a practicar respirar por la nariz sin dificultades y ponerme una pelota de tenis adentro de la boca para no hablar.
Lo peor del caso es que esta no es la primera vez que me pasa, por lo que estaba avisada y aun así abrí la boca. Debe ser ese afán pelotudo por intentar formar parte de la sociedad, que me hace olvidar que la gente te hace una pregunta y se siente con derecho a decir lo que se le cante el culo, sin mirar a quién y sin ningún conocimiento de nada ni de nadie.
En mi trabajo tenemos clases de yoga. Este beneficio se pensó para que los empleados tuviéramos un espacio de relajación en el medio de la vorágine diaria. Lo bueno sería que operara realmente como un espacio de relajación y no que hiciera que una persona como yo salga a las puteadas y con ganas de no volver nunca más. Voy a entrar en detalles para intentar obtener mediante la escritura una distención de los músculos que terminaron de anudarse luego de tanta mierda junta.
Cada clase la profesora nos pregunta cómo estamos para saber sobre qué áreas trabajar durante la clase. En una oportunidad en la que era bastante nueva, respondí que tenía “las pelotas llenas”, así sin reparos y expliqué el porqué. Estaba un poco cansada de las caras de orto de mis compañeros de trabajo y se me ocurrió que estaba bueno poder desahogarme. Error; me volvieron loca con que quizá yo estaba atrayendo gente con energía negativa y que si el humor de los demás me estaba afectando era porque yo lo estaba permitiendo. Sí, dale, prendámonos un sahumerio y fumémoslo entre todos y cuéntenme que ustedes son seres espirituales que no se calientan por nada….
En fin, en aquella oportunidad me prometí recordar esos comentarios para evitar volver a expresar cómo estaba cuando me lo preguntaran. Pero pasaron los meses y fui conociendo más a los miembros de la clase y me empezó a gustar y la pasaba bien y parece que me agarró la amnesia pelotuda que me hizo pisar el palito.
Hoy volví a responder a la pregunta. En lugar de hacer una sonrisa y decir que estaba espléndida, se me ocurrió decir que tengo un problemita en la cervical y que eso me produce mareos y vista borrosa. ¿Para qué mierda lo conté? No lo sé. Pero no solo conté eso, sino que además di detalles del origen del dolor, de los tratamientos que hice y dejé de hacer y del “diagnóstico” que nunca me dieron los médicos, obviamente incentivada por quienes escuchaban y pedían detalles.
En lugar de pensar en no trabajar la cervical, tanto profesor como el resto de los alumnos se dedicaron a analizar mi situación física y mental sin ningún tipo de pudor. No saben mi apellido, mi edad, mi estado civil ni mi color preferido. Pero aseguran que desde el osteópata hasta el psiquiatra, debiera visitarlos a todos y comenzar urgente un tratamiento. Desde el momento en que empecé a escuchar tantas pelotudeces, debí haber dicho, “sí” y “gracias”. Pero como soy una pelotuda muy importante, intenté refutar las afirmaciones acerca de mi actitud, condición física y psicológica, la idoneidad de mi psicóloga, el compromiso de los kinesiólogos que me atendieron y hasta la luminosidad de la calle en la que vivo. Digo yo una cosa; ¿cómo sorete puede una persona ponerse a hablar de uno y de su vida sin siquiera conocerlo? ¿Cómo alguien que te vio 10 veces en tu vida puede saber si tu psicólogo te lleva por el buen camino? ¿Cómo alguien a quien le decis que queres restarle importancia a un simple dolor te contesta que lo tuyo puede ser muy serio, sin ningún reparo?
Llegó un punto en el que lo único que hacía era intentar esquivar todos los comentarios y le pedía a mi cerebro que enviara a mi cara la orden de sonreír. Sabía que cualquier cosa que dijera sería usada en mi contra. Llegué a intentar explicar que los médicos me hincharon las pelotas y luego resumí todo en “pensé que un simple dolor no podía ser tan grave y no me gusta que una molestia se convierta en el centro de mi vida”.
A ver, pedazo de soretes metidos, es solo un puto dolor en el cuello!!!! Pero no importaba realmente lo que yo dijera, lo que debí haber entendido desde el principio es que ellos solo quieren escucharse y que jamás se tomarán el trabajo de escucharme.
Después de todo, la culpa es mía. ¿Quién carajo me mandó a hablar?

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