Toco timbre y me atiende la encargada del edificio. Me equivoqué de timbre. Toco el timbre correcto. Salen dos chicas y tocan el timbre del lugar del que salen -supongo- y saludan a través del portero eléctrico y dicen “gracias”. Nadie atiende. Vuelvo a tocar y un hombre responde “sí, ¿quién es?”. Y yo respondo que vengo a ver a mi psicóloga. No digo “vengo a ver a mi psicóloga”, sino que digo su nombre, que preservo en la intimidad. Pero vos ponele el nombre que quieras.
Viajé 30 minutos en subte en hora pico, así es que me chorrea agua por donde se me mire. Empecé el viaje leyendo, pero me cansé en la mitad y cerré el libro y me dediqué a pensar de qué iba a hablar en mi sesión. Cuando bajo del subte discuto 1 minuto y medio conmigo misma respecto de la escalera por la que debo salir a la calle. Si lo hago por la escalera de la derecha, voy directo al consultorio. Faltan 5 minutos. Si lo hago por la escalera de la izquierda salgo a la zapatería y tengo ganas de ver las liquidaciones, pero no voy a comprar nada. Entonces ¿hasta qué punto me conviene salir por la escalera de la izquierda? Por otro lado, siempre salgo por la escalera de la derecha, alguna vez podría cambiar…
Está bien, salgo por la escalera de la izquierda. En la esquina hay un señor vendiendo frutas muy ricas a muy buen precio. Pero no voy a aparecer en terapia con un melón y media sandía.
Desde que salí de la oficina, necesito pasar por el toilette. Quizá cuando llegue al consultorio, lo utilice. Paso por la zapatería, hay cosas lindas pero no voy a comprar nada. Cruzo la calle y veo un kiosco. Tengo hambre, bastante. Empecé a desintoxicar mi cuerpo esta mañana y la comida ha sido escasa. No vale la pena intoxicarlo. Sin embargo, podría comprar unos caramelos. Pregunto por caramelos ácidos, el pibe antipático que atiende, sin mirarme, me dice “no hay”. Consulto si tiene algún caramelo y me dice “ahí adelante”. Un amor el pibe, una dulzura y dedicación al trabajo. Elijo unos que veo con forma de gajo de fruta y compro 10. Inmediatamente después de pagar, salgo casi corriendo para alcanzar el semáforo verde, pero cambia justo. Ok, de haber llegado temprano paso a llegar tarde. No está mal, siempre llego 10 minutos antes.
Y llego al momento en que toco el timbre y nadie atiende. Ya estoy comiendo un caramelo. Qué ricos son. Lo muerdo. Me arrepiento, podría costarme una muela. Finalmente atiende el señor que cité al principio. Paso. Subo un piso por escalera y toco el timbre. Nada, nadie atiende. De pronto escucho que la puerta de la calle se abre y una mujer entra cantando. Es ella, ese cantar tiene su tono de voz. Me da vergüenza, quiero hacer algún tipo de ruido para que ella sepa que estoy arriba y pare de cantar, pero no se me ocurre nada. Quiero ir al toilette, carajo. No voy a aguantar, me voy a hacer pis encima. Ella sube y yo me hago la distraída y no me doy vuelta hasta el momento en que llega a la puerta.
Evidentemente quien me abrió la puerta no era una persona que se encontraba en el consultorio. Cuando ella abre la puerta, el consultorio está vacío y a oscuras. Como intentando disculparme, expreso: “ah, entonces no me abrieron de acá” y ella contesta “no” y yo me quedo recontra incómoda, como si hubiera entrado por la fuerza o engañando a alguien para que me abriera.
¿Y dónde está el pelotudo que le abre la puerta a cualquiera por el solo hecho de decir un nombre?
Me quedo en la sala de espera, como siempre, hasta que ella venga y me diga “adelante”. Y chequeo que el celular esté en silencio y preparo el dinero que voy a abonar al final de la sesión y me topo con la bolsa de caramelos adentro de mi cartera. Dudo. Quiero comer otro caramelo. Pero y ¿si justo viene? Meto la mano en la cartera. Si lo desenvuelvo justo cuando ella abre la puerta, ¿qué hago? ¿le convido? Escucho pasos y saco la mano de la cartera. Me quedo quieta, casi congelada. No viene. Meto la mano de nuevo. Veo un caramelo de limón. Cualquiera es igual, el tema es quitarle el envoltorio y comerlo. Escucho pasos nuevamente. Saco el celular y disimulo ante nadie, porque estoy sola.
Bueno, basta! Se acabó, sacá el caramelo y déjate de joder. Sí, claro, ¿qué tiene de malo comer un caramelo? Si justo viene, me lo meto en la boca y paso y se acabó, ¿cuál es el problema?
Meto la mano en la cartera, saco el caramelo y escucho pasos. Puta madre. Meto el caramelo en la bolsa. Se abre la puerta y escucho “adelante”.
Si no hubiera perdido tanto tiempo pelotudeando e imaginándome pasos que no existieron, me hubiera comido la bolsa entera. Al toilette no fui, con tanta tarea de disimular la nada misma, me olvidé de las ganas de hacer pis. Qué mina pelotuda. ¿Existe alguien más que haya pensado tanto antes de comer un caramelo?