Buenos días y bienvenidos a la ironía que le pongo al día a día, para que pese menos...

miércoles, 27 de abril de 2011

De colectivos y señoras pobres

Servicio de subte interrumpido por accidente. Supongo que no me afecta porque tomaré un colectivo para volver a casa. Seis de la tarde, camino lento a la parada. Los dos colectivos que me dejan a metros de mi casa tienen una fila de más de una cuadra. Pienso en apelar a mi estado de renguera y desisto y voy al final de la fila. Tardo menos de 5 minutos en subir al colectivo y consigo asiento en las primeras filas, las de discapacitados y embarazadas.
Hasta ahí, todo tranquilo. Finalmente parece que no me ha afectado la interrupción del subte. A medida que el colectivo avanza (y no para) veo la cantidad inmensa de gente esperando colectivos. El servicio sigue interrumpido y yo he salido airosa del tema.
Error, como siempre, error garrafal. Antes de cruzar 9 de julio sube una señora de unos ¿60 años? Y una chica de 27 años, las dos muy charletas entre sí. No tengo radio ni libro, así es que voy a escuchar la conversación entre ellas y veré si surge algo interesante. Mientras tanto, una chica sentada en sentido inverso a la dirección de la calle, canta (sin auriculares) y patea el costado de mi asiento y mira todo el tiempo para afuera, como ida. Eso me desconcentra un poco, pero trato de abstraerme para poder escuchar la conversación de la señora y la ‘mushasha’.
En un principio creo que son compañeras de trabajo, pero se ve que la relación surgió en la parada del colectivo. Obviamente vienen ironizando acerca de la cantidad de gente que espera el colectivo y con la necesidad de encontrar un hombre que las mantenga, para dejar de tener que ‘rebajarse’ a tomar un colectivo. Ahí es cuando la chica le dice a la señora que tiene 27 años y que todavía está a tiempo de conseguir un hombre, como si fuera el último número de la Para Ti…
Luego la señora le pregunta qué hace de su vida y la chica le contesta que trabaja en un banco. La señora intenta sonsacarle más datos, pero la chica se detiene en ‘un banco’ y ahí se planta y agrega que le faltan un par de materias para recibirse de contadora. El colectivo en el que estamos pasa por la facultad, por lo que intuyo que va a bajarse en un par de cuadras (¡soy re inteligente!). Luego hablan de sueldos y la chica cuenta que tiene un primo que hace un mes se fue a vivir a Nueva Zelanda. Me ‘encanta’ escuchar a gente que habla de otra gente que vive fuera del país. Siempre es mejor estar en otro lado, siempre se obtienen mayores beneficios, la vida es más fácil, uno se hace millonario hasta por barrer las veredas y compra autos como caramelos.
El primo de la chica es licenciado, no especifica en qué, acá trabajaba en una oficina por poca plata y sin idioma y parece que en Nueva Zelanda –sin idioma- empezó a trabajar en el campo y cobra 200 dólares por día. La señora, que ha aprobado la partida del primo pero que tiene todos los rasgos de la típica gata Flora, deja surgir el ‘contreras’ que tiene adentro y empieza a boicotear el resto de la información que la chica suministra a lo largo del viaje. “Ojo, que trabajar en el campo no es sencillo; la chica asiente, pero resalta el hecho de que en nuestro país su primo cobraría 2 pesos por día y en Nueva Zelanda cobra 200 dólares (y yo pienso seguro que acá buscó trabajo en el campo y comprobó que le pagaban 2 pesos y seguro que allá le pagan 200 dólares diarios). Inmediatamente resalta que en un mes el primo se pudo comprar una camioneta y a mí me surgen violentas ganas de gritar “muy bien!!! Qué jodido es tu primo!! Se compró una camioneta! ¿y ahora qué carajo hacemos con eso?”, pero me contengo, porque nadie me ha invitado a meterme en esa conversación. La señora luego intenta meter el dedo en la llaga y le consulta a la chica por su tía “seguro está llorando todo el rato, lo extraña a tu primo, ¿no?”. Y entonces elabora una teoría acerca de lo mucho que se extraña a un familiar cuando se lo tiene lejos y lo poco que se lo valora cuando se lo tiene cerca. De allí saltan, como si tuvieran un charco adelante, al tema de los hijos y si vale la pena traerlos a la vida en este país o no. La señora primero alienta la idea de que la chica tenga hijos y cuando la chica duda y finalmente parece convencerse de procrear, la señora le plantea los contras y la chica le retruca que le dé “un poco de crédito” porque todavía está en edad "de merecer".
Entonces la señora le pone la frutilla al postre y le cuenta a la chica que unos días atrás tuvo que hacer un trámite en una dependencia estatal y que allí se encontró con una madre que tenía 4 hijos, a los que el estado ayuda con un aporte mensual. Lejos de adoptar una postura respecto del tema, intento reflejar únicamente lo que la señora expresó. Pues bien,  la señora comentó que le dieron ganas de ‘matar’ a la madre de 4 hijos “´porque si llega a tener un quinto hijo, le voy a tener que dar de comer yo o vos o todos los que estamos en este colectivo, je” y yo pensé “no creo que ningún chico quiera compartir una mesa con vos, que vivis de prejuicios”.
En definitiva, me perjudicó la interrupción del subte, nunca creí que me  fuera a encontrar al final de mi viaje con tanta pobreza. Socorro, Señoras hay por todos lados!!!

lunes, 25 de abril de 2011

Ay, me duele!

Cuando te pasa una, te pasan todas. Por un lado está bueno, porque te destrozas y te tenes que reconstruir de una. De lo contrario, tendrías que recuperarte de lo primero que te ocurrió para poder luego recuperarte de otra cosa nueva y así por los siglos de los siglos. A todo esto, ¿qué significará ‘por los siglos de los siglos’? porque si la pienso bien no la entiendo. Se me hace como una de esas figuras en blanco y negro que cuando las haces girar, te marean porque parece que se convirtiera en un orificio negro o quizá se puede asimilar –en mi mente- a cuando te miras al espejo y ves otro espejo y otro y otro y tu imagen se reproduce mil veces, algo que para quien tiene autoestima baja es como una patada en el bajo vientre. Así es que, resumiendo, mejor que cuando te pasa algo, te pase todo.
Al menos a mí se me acumulan las cosas y si me duele una muela, se junta con el dolor de oídos, me corto un dedo mientras pelo papas, me tropiezo y me rompo la muñeca y para no quedarme con las ganas, me tuerzo el pie y repercute en la cintura y camino como si me hubieran cortado 20 cm de cuerpo de un lado.
Si cambio el eje de las cosas que me aquejan y lo traslado del cuerpo al estudio, de las 5 materias que estoy cursando, me van a tomar 3 exámenes un día y los dos exámenes restantes quedarán distribuidos un día antes y un día después de los otros 3. Y a llorar a Chacarita, porque por más resolución de la facultad, nadie te cambia a vos solo la fecha de examen. A lo sumo, te recuerdan que nadie te obliga a cursar tantas materias juntas. Y ¿porqué tengo que ir a llorar a Chacarita? Suelen mandarte también a llorar a la iglesia. Yo voy a ir a llorar a un cementerio si hay un familiar mío ahí y a la iglesia iría a llorar si estuviera realmente arrepentida de algo y con mucha culpa. Pero si tengo que llorar por otras cosas voy a tratar de hacerlo en mi casa, porque con lo largas que son las distancias en esta ciudad, para cuando llegue a destino se me fueron las ganas de llorar ¿no te parece?
Si se trata del trabajo y venis con la seguidilla de cosas que le aquejan a tu cuerpo y a tu estudio, vas a tener tareas acumuladas ¿por los siglos de los siglos?/¿espejo tras espejo? Y no vas a poder pedirte días por examen y tu jefa o jefe te va a perseguir para que tengas todo listo para ayer y vas a querer que te vuelva a aquejar algo para poder quejarte a mansalva y desaparecer de la oficina ‘antes de lo que canta un gallo’. Jaja, perdón  que me ría, pero me van apareciendo todas las frases esas que se usan mucho en la ‘jerga’ diaria. Si no queda otra solución que la de terminar el trabajo, lo tendré que hacer ‘en un santiamén’ y ‘antes que cante el gallo’ me iré a casa a descansar.
Sucede que tanto aquejamiento corporal hicieron que debiera recurrir a los mal llamados ‘remedios’, que lo son sólo para algunos y en la medida en la que produzcan algún cambio en el aquejamiento. De lo contrario, más que remedios son simples medicamentos que obviamente en mi caso no provocan más que pérdida de tiempo por tener que ir a la cocina a buscar un vaso de agua para tomarme la pastilla que no le hace nada a la muela y sigo mirando tele y mientras maldigo al que inventó las caries y juro que jamás volveré a ingerir nada dulce y sé que es mentira y uffff…. Respiro y trato de dejar la mente en blanco. Y ay!!, un puntazo en el oído y me voy a buscar las gotas y ups! pisé mal y apoyé el pie del lado que me duele e intenté sostenerme con la muñeca reventada y oia, me está empezando a doler la cabeza…..
Solo quería decirles que estoy de vuelta, ´vivita y coleando´ para volver a compartir mis delirios, buenas y malas experiencias y mucha ironía, como siempre.



viernes, 22 de abril de 2011

Los vecinos

Así como los compañeros de oficina, los vecinos forman parte de una raza muy antigua, que parece no extinguirse.
Estoy convencida de que cualquier relación debe tener una base sólida en el respeto, por eso siempre pongo el ejemplo de los vecinos para que quede claro lo que es una relación respetuosa y digna de conservar.
La mayoría de quienes vivimos en grandes ciudades habitamos departamentos. Los departamentos se encuentran en edificios. Por lo general, los edificios están formados por varios departamentos por planta, por lo que con mucha suerte - de la buena- tendremos la posibilidad de tener muchos vecinos y por ende, muchas anécdotas para contar.
Existen varias clases de vecinos y quiero aclarar que todos, absolutamente todos, molestan. Están los jóvenes estudiantes, una raza de la que alguna vez  formé parte. Los vecinos estudiantes tienen los horarios cambiados; se levantan muy temprano o se acuestan muy tarde. Casi nunca estudian solos, lo que permite al resto de los habitantes del edificio poder adquirir los conocimientos que esos estudiantes adquieran, ya que repiten una y otra vez la lección, mientras escuchan música e intercalan con las experiencias vividas el fin de semana. Suelen no encontrarse en el departamento los fines de semana porque se vuelven a sus ciudades o porque se van de joda. Así es que sábado y domingo podríamos descansar.
Pero no, la vieja molesta que pone la radio de tango a todo lo que da, nunca falta. Abre las ventanas bien temprano y pone la bendita radio, que suena todo el día y se confunde con los flashes informativos de crónica. De ese mismo departamento surge el olor a aceite quemado y a sopa vieja en invierno.
Está la pareja sin hijos que instaló hace dos años el aire acondicionado y todavía pide disculpas cada comienzo del verano y promete arreglar la pérdida de agua que cae en tu ventana día y noche.
También están los atrincherados del piso de arriba, de cuyo departamento sale un olor a rancio insoportable y a los que solo se escucha de noche. No abren la puerta a nadie y no se sabe qué hacen, pero a la noche se escuchan ruidos en la cocina, a cualquier hora.
La vecina con hijos chicos es un mal que padecemos todos. A pesar de no querer tenerlos, nos hacemos parte de cada etapa del bebé; desde su nacimiento y las interminables noches de llanto, hasta sus primeros pasos y los gritos insoportables de la madre, porque ya no aguanta a su hijo.
No dejemos de mencionar a los vecinos familiares, que tienen más de un departamento ocupado en el mismo edificio y van y vienen todo el día, corriendo por las escaleras y gritando como si vivieran en una casa en el medio del campo.
Si, también está la vecina del perrito histérico que no para de ladrar en todo el día y la desalmada del perrito encerrado que se la pasa llorando.
La chusma está siempre a la orden del día, abriendo su puerta cada vez que escucha un ruido y al tanto de la vida de todos.
SI tenemos suerte, el o la encargada tendrá un mínimo de onda y tendremos un punto a favor para que nuestra convivencia sea más amena. Pero son muy pocas las ocasiones en las que eso sucede y además, los encargados nunca fueron mi fuerte.
No me olvidé, en absolutamente todos los edificios está la señora que tiene alguna especie de alergia rara y nos sorprende con sus estornudos que asustan y dan ganas de huir lo antes posible.
La basura se saca a cualquier hora, no importa que eso implique cagarse en el vecino de al lado, si total cerramos la puerta y que el vecino se banque el olor a podrido. Ah, y tiremos todo lo que podamos al que vive en planta baja, si de todas maneras no necesita el patio, que cuelgue su ropa adentro.
Y por supuesto, el olor a desodorante de ambientes, a desodorante corporal, a cualquier tipo de comida, a cigarrillo, los ruidos de todo tipo y los pasos que se sienten en tu cabeza, forman parte de este paraíso creado en el siglo ¿XX? que se llama propiedad horizontal, en la que impera el respeto, la cooperación y la comprensión por el otro.
Por eso en este momento tengo la música a todo lo que da. Si yo no puedo dormir, ellos tampoco!!!!

martes, 12 de abril de 2011

Ironia para la tristeza

Sí, la ironía es una de las cortinas que pueden ser útiles para ocultar la tristeza. Solo que a veces no alcanza con ironizar sobre todo. A veces no alcanza con reírse de las cosas. A veces no alcanza con tomar lo vivido como enseñanza. A veces no alcanza. Y uno igual se siente triste y al terminar el día, cuando ya nadie puede ver la expresión de tus ojos, apoya la cara en la almohada y se sincera.
Ojalá hablar y repetir y volver a decir permitieran que todo quedara afuera. Pero no, no alcanza. Y la tristeza va tomando cada uno de los rincones de tu cuerpo y al principio tenías un pequeño dolor de cabeza y ahora ya tenes muchas ganas de llorar.
Pero no podes llorar, tenes que aguantarte la angustia e inventar nuevas vivencias y reírte de vos mismo y aprender de lo vivido e intentar no dejar traslucir ni un dejo de lo que queda detrás de la ironía.
Porque la tristeza no encuentra bienvenida como lo hace la ironía. A nadie le gusta vivir la pena ajena. A nadie le interesa empaparse de los acontecimientos dolorosos. Nadie quiere escuchar tristezas por mucho tiempo, menos aún leerlas.
Muchas gente te dice “si es triste no me lo cuentes” como si la tristeza pudiera hacer un paralelo con la sangre en las películas malas de terror o con lo asqueroso de las películas adolescentes de chicos en su despertar sexual.
Así como la ironía, la tristeza no es para cualquiera. Todos podemos estar tristes en algún momento, pero ¿Cuántos te hacen el aguante cuando estás triste? ¿Cuántos se bancan que no puedas salir de tu llanto o de tu tristeza? ¿Cuántos se quedan ahí, sin preguntar, solo acompañándote?
Yo creo que casi los mismos que se bancan la ironía. Por lo pronto prefiero no arriesgarme a exponer la tristeza al rechazo ajeno.
Mejor extiendo la cortina y la cubro lo mejor posible, así nadie la ve y a nadie le asusta. Mientras tanto, sigo con la ironía y todos ‘contentos’.

Gracias por la información

La hoja en blanco se me hace como el mar cuando me meto y me da miedo nadar. Es como si ese horizonte imaginario fuera a desaparecer por el solo hecho de avanzar con dos o tres brazadas y el mar se volviera más inmensamente infinito de lo que es. Me da un escalofrío que me deja quietita y pensativa.
La hoja en blanco me genera lo mismo, más aun si está dispuesta en mi escritorio para que dé un examen o escriba alguna carta que he estado postergando. Yo sé que hoy en día no existen las cartas, pero a mí de vez en cuando me gusta escribir alguna, aunque no la lleve al correo.
Hoy tengo ganas de escribir pero no tengo un tema del cual hablar. En realidad deben estar por aflorar un par de temas, alguna que otra anécdota y un par de necesidades de desahogos, pero están ahí quietitos, adentro de mi cabeza y no se mueven, como no me muevo yo adentro del mar.
Ahí se movió una idea… o quizá alguna otra idea la empujó para que quede delante de la fila, como en el colegio y sobresalga y yo pueda escribir.
Veamos, la idea que ha fluido y de la que voy a escribir, es la necesidad imperiosa que tiene cierta gente de hablar de sí misma en cualquier ámbito o entorno y la suposición de que al resto le puede interesar lo que tiene para contar.
Me pasa en varios ámbitos que transito, el más común es el gimnasio. Yo voy a dos gimnasios bien distintos: uno de barrio y otro tipo cadena. En el de barrio nunca falta la señora que, al compás del ejercicio que marca el profesor, expresa su imposibilidad de llevarlo a cabo y agrega alguna que otra anécdota. Para ser más precisa, lo podría materializar en un ejemplo: “Ay, no me sale profe. Cuando iba a danza clásica me estiraba un montón pero ahora no sé qué tengo. Desde que dejé de hacer pilates me siento más compacta. Por suerte mi hija, que hace atletismo, me alienta a correr todas las mañanas y eso me sirve para la flexibilidad”. Ok, vamos por parte. El profesor simplemente esbozó un “Nos estiramos hacia la izquierda con la pierna extendiiida…” y todas tenemos que enterarnos de que tu hija hace atletismo, de que vos hiciste danza clásica, de lo que te duele estirarte, ufff, totalmente innecesario.
En el gimnasio tipo cadena se habla más de cuestiones laborales, al menos en el horario en el que voy yo, siempre cuerpo desnudo de por medio paseándose por el vestuario como si nada. Pero también se deslizan cuestiones personales del estilo de “Hoojola, ¿cómo estás? Yo hace mucho que no venía porque me tomé las vacaciones, sí, me fui 2 semanitas a Villa Gesell, a un hotel re viejo que está en la 102 y después cuando volví me dio fiaca venir, porque viste el frio y ahora que está oscuro y justo que iba a empezar se enfermó mi mamá, le agarró el problema del ciático y bueno, estuvimos de acá para allá y yo tendría que haber venido a descargar un poco, pero al final entre una cosa y otra me quedé, pero ahora ya empecé. Bien, yo bien, me preguntaste cómo estoy pero no me diste tiempo a responder. Ah y no te conozco.
Ni que hablar en el ámbito laboral; cada empleado que va llegando viene con su historia, su anécdota matinal y su pensamiento elaborándose y quiere compartirla con quien llegó primero en la búsqueda de un poco de silencio, en vano. Y surgen todo tipo de cuentos de hijos, esposas, maridos, hermanos, ex jefes, actuales compañeros de trabajo, vacaciones, fines de semana largo…
El subte era un desastre. Me tuve que bajar y tomé un colectivo pero no avanzaba. Así es que me baje y me tomé un taxi, porque la dejé a la gordita en la casa de la tía, así no se resfría porque ya empieza el clima de invierno y los compañeritos andan todos con mocos y el fin de semana pensamos ir a la placita. Y mi marido me dijo que la abrigue y que la lleve, pero a mí me da cosa, pobrecita, es muy chiquita y hace frío y yo prefiero que se quede con mi cuñada porque ella le hace la meme y le pone los dibus, viste que ahora hay dibus en canal 16 hasta las 12 del mediodía y cuando salgo la paso a buscar y seguro le compro alguna cosita porque me pide siempre que le compre. El padre se olvida de comprarle, pero yo más tarde voy a bajar al quiosco de las esquina, porque ahí venden unos chocolates con juguetitos que le encantan…Ufff, qué cansada estoy, recién llego y ya me iría a dormir, porque casi no dormí anoche. La gordita se pasó a mi cama a las 3 de la mañana y yo me fui a dormir a la cama de ella, pero después empezó a llorar y……”
O.K., cállate por favor, nosotros no tenemos la culpa de tu hija, ni de tu marido, ni del subte, el colectivo y el taxi y merecemos aunque sea un “buenos días” para empezar a escucharte!
No puede faltar el que se encuentra en otra oficina aburrido y a media mañana aparece en la puerta de la tuya y empieza “¿viste lo que dijo el DT de Banfield ayer? -sin destinatario definido- Un hijo de puta, ¿hace cuánto que estamos esperando los 3 puntos? ¿Eh? No se puede creer….” ……. “¿o no?” …… “¿todo bien chicos?” Y se va, derrotado por el silencio y la falta de interés que generaron sus comentarios.
La frutilla del postre son las viejitas –y no tan viejas- en el colectivo, que por lo general se sientan en asientos dobles a la espera de sus víctimas. Y van todo el recorrido, que por lo general es más largo que el tuyo, hablando de sus hijos, sus nietos, sus vecinos y la juventud “qué rara que es la juventud de hoy, cuando yo era joven las cosas no eran así y ahora mirá”.
Por fin llegué a casa, ahora me toca a mí volver loca a los demás con miles de anécdotas, datos irrelevantes, pensamientos absurdos y un poco de ironía para no morir en el intento!

jueves, 7 de abril de 2011

Como diría Thalía...

A quién le importa, ¿no? Digo, ¿a quién le importa que estoy 'comiendo como una vaca'? Lo expreso pero a la vez lo analizo. No analizo que estoy comiendo como una vaca, si no que analizo que en realidad no sabemos si las vacas comen mucho o poco. Pero, en todo caso, si podemos inferir que las vacas comen pasto, entonces no estoy comiendo como una vaca. Si en realidad, como escuché el otro día, comen alimento balanceado, entonces podría decir que estoy comiendo como una vaca. El tema es que seguramente una vaca coma la cantidad de alimento balanceado proporcional a su peso y tamaño y yo creo que nunca podría llegar a comer la proporción de la vaca.
Entonces no estoy comiendo como una vaca. Y ni me pongo a analizar el modo en el que come una vaca, porque seguramente ni debe limpiarse la boca antes de tomar agua.
Igual, a quién le importa, ¿no? Supongamos entonces que como ‘como lima nueva’. Bien, anoche hice la prueba. Tomé una lima sin usar, me corté las uñas de las manos y me limé con una lima nueva. Para ser franca, supongo que la cantidad limada debe ser proporcional a la marca o calidad de la lima. A mí, mucho no me limó. Así es que mi conclusión es que como más que lima nueva. Eso ya suena medio a película de terror, a la escena de la gula en Pecados Capitales.
Siendo tan extrema esa comparación y teniendo en cuenta que no me deja bien parada, veamos cómo funciona el comer 'como un barril sin fondo'. Sinceramente estuve pensando en estos últimos días en esa frase. Y hoy busqué en google un barril sin fondo. Mi sospecha era correcta, el barril, aunque no tenga fondo siempre está apoyado sobre una superficie. Con lo cual, de una u otra manera tiene fondo. Entonces la comparación con el barril sin fondo no me cabe, porque el barril no tiene fondo propio pero siempre va a tener fondo. Acostar el barril es igual a prescindir del mismo, porque el barril acostado no sirve para nada.
Investigando un poco más, también se puede decir que uno ‘come como Dios manda’ y ahí ya nos estamos metiendo en un terreno jodido, porque a mí Dios nunca me llamó personalmente para decirme cómo debo comer. Si hay alguien que te diga que come ‘como Dios manda’ fíjate, capaz le está fallando algún jugador o los tiene a todos en el banco de suplentes y ese comentario es el primer indicio…
Por último, la frase más trillada sería ‘comer como chancho’, pero eso aplicaría a la forma asquerosa en la que el chancho devora, con ruidos y de manera muy sucia.
Yo siento que estoy comiendo mucho, pero mucho es mucho. Mucho para una mujer, mucho para lo que estoy acostumbrada y no consigo saciar mi hambre con nada. Ayer en la tercera empanada seguía con hambre y hubiera comido una docena sin problemas.
¿Será ansiedad? ¿Ansiedad de qué? ¿De comer? Como porque estoy ansiosa porque quiero comer, ja! Termino de comer y ya pienso en cuándo voy a volver a comer o en lo que me gustaría comer después. Y no veo grandes cambios en mi volúmen corporal porque hace un par de días que estoy reparando en lo que estoy comiendo. Pero me imagino que un día me voy a levantar y voy a estar tan ancha como la cama y mi media mandarina de estación va a estar aplastada debajo mío y mi gatita, pobre, mejor no la imagino. En fin, me voy a buscar algo para comer porque me cansé de escribir y necesito reponer energías. Igual, como diría Thalía, a quién le importa ¿no?

martes, 5 de abril de 2011

Segundas partes nunca son buenas y menos cuando hay tanto dolor de por medio

Todavía no lo creo. Peor, me niego a aceptarlo. Lo niego, sí; no puedo negar que lo niego. Cuando algo te causa tanto dolor no es fácil mirarse al espejo y reconocer lo que está pasando. Como diría Soldán, “no puede haber tanta maldad, mi amor!”.
Si hay algo que me cuesta en la vida, es reconocer mis errores. Ahora, si hay algo que me cuesta más, es reconocérselos a otros. Con todo este dilema, llego a mi casa con sentimientos cruzados y suena el teléfono. Fue la nota de color en mi tarde gris, así es reproduzco la mini conversación:
Hola
  • Holam, ehhh… (Con voz de adolescente que intenta impostar para parecer mayor)
  • …. (¿Será alguna conocida intentando hacerme una broma?)
  • ¿Puede ser que ese sea el teléfono de una propaganda que ví en una revista?
            (¿WHATTTT?????? ¿Donde reparten la droga que a mí nunca me llega????)
  • No
  • ¿No?
  • ¡No!
Y cuelgo el auricular. Con el problemón que tengo, ¿era necesario tener que cruzarme en la vida con esta llamada? ¿Acaso mi número de teléfono figura en una guía de gente a la que le gusta recibir un "no" como respuesta? ¿Qué pregunta más rara y pelotuda es esa?
En fin, a lo mío, de lo contrario mi escasa cordura se autodestruirá como los cassettes y las casseteras de las películas antiguas.
Como me niego a aceptarlo, me cuesta contarlo. Pero voy a ser fuerte. Aquí voy: anoche le dije a mi media mandarina de estación; Amor… y él respondió, ¿qué?; hoy pude saciar una necesidad, ahora dejó de ser urgencia, pero seguía siendo necesidad. Así es que acá está…
Mi -a esa altura- cuarta mandarina agria de árbol de la calle no entendió a qué me refería. Sospecho que no me sigue en el blog. No lo culpo, me sigue en la vida y con eso le sobran las ironías. Sí, estoy retrasando el relato porque soy una negadora, un poco de paciencia por favor.
Bueno, saqué de una cajita de unos 20 cm de largo, por 7 de alto y 5 de profundidad la máquina de coser que hace unas 2 o 3 semanas necesitaba desesperadamente.
Ayer, distraída por la vida y sin tener un objetivo determinado en mi cabeza, me topé con ella casi de casualidad y por poco muero de emoción. No digo que fue mutuo porque ya estaría a punto caramelo para la internación, pero hasta el color me combinaba. La chica que me la vendió en la calle no se dedica a la venta de máquinas de coser portátiles. Se dedica a la venta de rompecabezas de madera (por si la cruzan) y sospecho que, como changa, tiene las maquinitas. Le pedí que me mostrara cómo hacerla andar y muy gentilmente lo hizo. Genial, el complemento ideal para mis pantalones. Le pedí que me diera una que ya tuviera el hilo en su lugar, porque no hace falta que explique que mi especialidad no son las cuestiones manuales ni meticulosas. Pues bien, cuando mi cuarta mandarina de árbol de la calle vio la maquinola, arriesgó cualquier cosa menos que era una máquina para coser. Luego tuve que someterme al eterno cuestionario de quien no entiende de mis necesidades y urgencias: que si lo necesito, que para qué lo necesito, que si lo voy a usar, que si sirve. Vamos, anímese y ponga en duda todo lo mío, yo estoy preparada para afrontarlo y más aun, para superarlo antes del amanecer (o del anochecer, dependiendo del momento en el que me cuestionen).
Bien, envalentonada y para disipar cualquier duda, tomé un pedazo de tela y quise hacer una demostración práctica. Y aquí es donde me cuesta seguir. En mi post anterior (en el que hago referencia a mis necesidades y urgencias) osé vaticinar que la maquinola funcionaría una vez, o sea, cosería solo un ruedo de pantalón. Otra vez tengo que teclear las mismas letras: E-QUI-VO-CA-DA! No llegó ni a coser un dobladillo! Nunca pude demostrar mis habilidades, la máquina no anduvo!
Claro, obviamente eso da lugar a que a muchos se les hinche el pecho y piensen y repitan “yo te dije” o “yo sabía” o “a vos sola se te ocurre”. Tengamos en cuenta que estoy pasando por un momento difícil, así es que pido un poco de clemencia, que siempre hay una segunda oportunidad. Al menos yo decidí darle una segunda oportunidad a la chica de los rompecabezas que tiene a las maquinolas de changa. A la salida de la oficina y haciendo uso de mi única tarde libre, me dediqué a ir en busca de mi nueva maquinola. Fue como haber perdido al perro que nunca tuve o como estar en un país en el que hablen un idioma que no conozco.
No he experimentado ninguna de las dos situaciones, pero me parece un ejemplo copado de lo que se siente cuando uno no encuentra aquello que busca y no sabe dónde buscar. La chica no aparecía por ningún lado. Recorrí 10 cuadras de ida y vuelta. No encontré rompecabezas por ningún lado y, mucho peor, no encontré maquinitas de coser portátiles como changa de nadie. Todos los vendedores tenían su producto principal y único. Cuando ya me imaginaba que había sido víctima de una persona que quiso deshacerse de las máquinas y sacar un rédito económico conmigo, cuando ya pensaba en convertir la máquina en un adorno para el cuartito de atrás de la casa que algún día tendré, la peatonal se iluminó como el cielo de aquellos que mueren por unos segundos en las películas y ven un montón de gente de su infancia vestida de blanco. Solo que yo seguía viendo normal, pero mi paisaje se amplió y apareció la chica cuyo apodo es muy largo para volver a escribirlo. Le dije Hola, ¿te acordas que ayer te compré la máquina? Respondió que sí y para hacerla corta, terminó diciéndome que no tenía otra maquinola roja, como la que yo me había llevado y que me la podía cambiar por una negra. Yo me reí por dentro pensando en que el color es lo de menos, porque lo importante son los ruedos de los pantalones y mi reputación y mi orgullo. Sí, sí; obvio que la probó y andaba de maravillas.
Llegué a casa y la máquina no funciona. O yo soy una inútil o funciona una única vez y esa vez es cuando te la muestran funcionando. Nuevamente mi afirmación prestada, no puede haber tanta maldad mi amor! Y mi reputación y mi orgullo se arrastran por el piso del departamento. Péguele a la dueña de la maquinita de coser portátil que no funciona.

lunes, 4 de abril de 2011

Yo solo quería mi licencia... Parte II y definitiva.

Hoy me desperté animada, con ganas de salir a la calle porque me había prometido a mí misma un café con vainilla y leche en la cadena de cafés a la que suelo ir. Me levanté, me bañé, hice bastante ruido y salí caminando para hacer mi trámite. Ya había avisado que iba a llegar tarde a la oficina, así es que me dispuse a disfrutar de lo que iba a hacer.
Llegué con suficiente tiempo a la cadena de café porque aprendí de la experiencia de la semana pasada y porque a la mañana funciono mejor que a la tarde. No había nadie, así es que me entregaron el café y me senté a leer un libro apasionante que estoy por terminar. A las 8.55 me dirigí hacia el Centro de Gestión asignado para mi renovación de licencia y, a pesar de tener el turno asignado, saqué número para ser atendida. A las 9.10 salió un “Claudio María Domínguez” con la boca torcida hacia el costado izquierdo y nos informó que la impresora de licencias no funcionaba desde el día viernes y que por el momento no iban a comenzar a atendernos. Bien, supuse que no sería un trámite rápido porque la gente que trabaja en estos centros es muy lenta y muy inoperante. Y no me equivoqué.
Decidí tomarme las cosas con calma, tenía mi carpetita con toda la documentación que solicitan para el trámite, el número de orden 6 y mi libro de suspenso a punto de terminar. Me quedé leyendo y escuché que había gente a la que el viernes le habían prometido que hoy iba a estar solucionado el problema y estamos como cuando vinimos de España, pensé.
A las 9.30 decidieron abrir la pequeña oficina y dejarnos ingresar, sin el problema solucionado. Yo ingresé y aguardé mi turno. Interrumpí mi lectura en una parte en la que una ex policía reducía a un acosador y lo dejaba tirado en el piso, apretándole la espalda con su rodilla, mientras él se quejaba del dolor. Eran momentos tensos en la novela y mi mente todavía estaba en ese lugar cuando me tocó entregar mi documentación.
Como me habían robado la licencia en otro país, llevé el documento y la denuncia hecha en el extranjero. Era cantado que la señora de la mesa de entradas iba a ir a buscar a su jefe. Son incapaces de tomar una decisión y hacerse cargo (como dice Claudio María Domínguez). Antes de ir en busca de su jefe me consultó por la denuncia que presenté y le expliqué lo sucedido. Me robaron, hice la denuncia y acá está, vengo a renovar mi licencia. No suena complicado, ¿no? Sin embargo, ellos hacen todo lo posible para que lo simple se torne imposible. A los 2 minutos apareció Claudio María Domínguez y me dijo que no me podía renovar la licencia con esa denuncia. Me dijo que necesitaba el original y mentí que me lo había retenido el Ministerio del Interior cuando tramité mi pasaporte. Sabía que no iba a tener sentido volver a mi casa a buscar el original, porque el problema no era la fotocopia, sino lo “fuera de lo común” de la denuncia. Me dijo que igualmente la denuncia en otro país no servía y que tenía que denunciar el extravío de la licencia en la comisaría más cercana. Se ve que el suspenso y la violencia de la novela en la que todavía estaba inmersa me envalentonaron o sacaron el tigre que hay en mí. Fue la primera vez que al enfrentarme a alguien no titubeé, ni tartamudeé, ni perdí letra al hacer un descargo. Le dije ‘Yo no voy a hacer una denuncia por extravío porque yo no extravié nada. A mí me robaron y acá está la denuncia, ¿qué es lo que no te sirve?’ Claudio no sabía muy bien qué era lo que no le servía y como el Claudio verdadero en su programa (¡¡¡por favor, no lo vean!!!) me mostraba las palmas de sus manos y me hacía la señal de freno, al tiempo que me repetía “dejame hablar”. Me explicaba incoherencias y se quedaba sin letra y ahí arremetía yo ‘Ahora me dejas hablar vos a mí, me parece una ridiculez que me estés mandando a hacer una denuncia si la tengo acá en la mano. No puedo viajar al país de vuelta para que redacten lo que vos querés leer y no voy a hacer una denuncia por robo acá, porque acá no me robaron nada. Lee la denuncia, ahí dice cómo y cuándo me robaron todo. Me parece una ridiculez lo que me estás pidiendo y no lo voy a hacer.’
Luego amenacé con hacer una denuncia por la negativa a dejarme hacer el trámite, recriminé la pérdida de tiempo, desafié a que me dieran una constancia de su inoperancia para mi trabajo y me fui al grito de ‘Son todos unos inoperantes de mierda.’
El problema fue que el permiso en la oficina ya lo había pedido, que ni por todo el dinero del mundo iba a volver a presenciar la charla de la semana pasada y ya estaba en el barrio. Así es que recorrí 8 cuadras puteando a Claudio en voz alta, hablándole como si lo tuviera al lado ‘que si me vas a mandar a una comisaría dame bien la dirección, idiota, porque ni siquiera sabes informar’ y con la novelesca sensación de que alguien del centro de gestión venía detrás de mí, enviado por Claudio y con la misión de molerme la cara a golpes.
Ingresé a la Comisaría más cercana, expliqué la situación y encontré un poco de coherencia en los dos oficiales que se encontraban en mesa de entradas. Ellos coincidieron conmigo en que lo que me habían pedido era una ridiculez, en que no puedo denunciar un delito que se cometió en otro país y por el cual ya me tomaron la denuncia y en que tenían que tomarme el trámite con esa denuncia porque, de lo contrario, estaría incurriendo en falso testimonio si denunciara el robo mentiroso. Por suerte accedieron a tomarme la ‘denuncia’ por extravío y me fui agradecida. Volví a la oficina, recargada como Matrix y con la frente lo más alta que puede tenerla alguien de mi altura. La señora de la mesa de entradas tomó mi denuncia y cuando le expresé mi descontento me contestó “eso dígaselo al coordinador” (Claudio María Domínguez). ‘Claro, si vos no podés decidir ni siquiera si te levantas a la mañana’, pensé y contesté un ‘por supuesto que se lo voy a decir’. Pasé por todas las etapas, desde la visión en la que pifié todas las letras que me mostraban porque le erré al renglón que me pedían que leyera, hasta el estudio psicológico en donde la psicóloga me desafió porque hice un puto círculo muy grande y yo pensé ‘conmigo hoy estás perdida, porque le dejé todas mis pulgas al gato en casa’.
Casi a las 11 de la mañana había terminado el trámite, pero tengo que volver a buscar la licencia, porque con la inoperancia que caracteriza a cualquier oficina de atención al público, nunca solucionaron el problema de la impresora de licencias. Que se agarren, porque cuando la arreglen van a ver mi peor cara de orto en la foto. Los odio a todos!

viernes, 1 de abril de 2011

Como Marta Sanchez, desesperada!

Ayer salí más temprano que otros días. Me levanté más temprano, me bañé más temprano, me comí una fruta porque iba a desayunar en mi destino final y salí contenta a tomar el colectivo. En la parada en la que me quedé, era segunda. En las otras paradas habían dos o tres personas.
En diez minutos la fila de las otras paradas se había incrementado el triple y mi fila daba vuelta la manzana. La parada del colectivo que estaba esperando queda casi en la esquina y la gente que se acumuló llegaba hasta la verdulería de mi cuadra, dato totalmente innecesario porque no pienso develar mi domicilio. Mucho menos probable, aun, es que vayan a corroborar algo de lo que cuento.
Bien. Esperé 20 minutos y ninguno de los aproximadamente 15 colectivos de 3 las líneas que pasan por ahí frenó. Hay que saber esperar 20 minutos en una parada. Parece mentira, pero es mucho tiempo. Lo máximo que acostumbro esperar son 4 minutos cuando vuelvo de la oficina y se sienten como horas.
Cuando encima uno está apurado, se sienten como días. Yo tenía que estar a más tardar a las 9.30 en mi destino final y había planificado parar en un lugar en el que calculé que me iba a demorar unos 20 minutos. Así es que me sobraba el tiempo cuando salí de casa.
Como los colectivos no frenaban y yo todavía consideraba la posibilidad de hacer el alto en el camino, caminé 5 cuadras hasta el subte. En la 4° cuadra contemplé la posibilidad de tomar otro colectivo que venía. Le hice señas para que frenara pero cuando se acercó me di cuenta que el colectivo jamás podría llegar a mi destino en 10 minutos y le hice una seña de “ok” con los dedos, a lo que me hizo “hombros arriba”, cerró la puerta y siguió camino.
Yo hice una cuadra más y bajé a la estación de subte. Estaba bastante cargada de gente (la línea de subte, yo tenía solo mi cartera), pero supuse que se debía a que había una demora y que en cuanto viniera la siguiente “formación” (como le dicen ellos), iba a quedar yo sola en la estación. Nunca pude estar más equivocada. Si 20 minutos de espera a un colectivo me parecían horas, la espera del subte me sonó a semanas.
Los primeros dos subtes que llegaron estaban llenos y yo desistí de subir porque no quería estar apretada. Me río de mí misma ahora, porque las 5 o 6 formaciones que llegaron más tarde venían hasta las manos!!!
Antes de salir de casa había pensado en llevar mi libro, pero me dije ¿para qué? Me ocupa lugar y no voy a leer. Segunda gran equivocación. El tiempo que estuve sentada esperando poder subir al subte, podría haber leído al menos 2 capítulos.
En dos oportunidades intenté subir, copiando al resto que empujaba y se agarraba del techo del vagón. Pero yo no llego al techo del vagón y no tenía de donde sostenerme. Obviamente no faltó la señora rompe bolas que se sentó al lado mío, con su celular último modelo y esbozó un “me voy a poner cómoda, porque parece que hay demoras”. “Lo bien que hace” le respondió una chica sentada al lado, que tenía más ganas de crear polémica que de viajar en subte. Chocolate por la noticia, hay un cartel gigante que dice “demoras” o sea que ya sabemos que usted sabe leer. Eso, sin contar que las pocas veces en las que andan los parlantes de la estación, se puede escuchar “-e-ro-ias in-orma que las líneas A -aza -e -ayo --bobo, la línea B -em --ncas, la línea -- --ro constitución, la lí—D grrrrrrrrrr, la línea H --eros y el preme-ro -tran --ras --miales. Disculpe las molestias ocasionadas”. Andá a la –u-a que -e –a-ió. Al menos podrían darnos las malas noticias de manera clara, encima me tengo que tomar el trabajo de adivinar lo que me dicen.
Entre la charla que se generó a mi lado respecto de los gremios, los subtes y la mar en coche, la cucaracha que caminaba detrás de mí por la pared y que perdí de vista sin querer y la imposibilidad de viajar luego de 45 minutos de espera (solo de subte), sentí una desesperación que me hizo lagrimear de impotencia y abandoné el subte.
Fue como salir a “La guerra de los Mundos”, solo que Tom Cruise había faltado a la cita. Se veían las filas interminables de gente esperando colectivos que no frenaban, un embotellamiento infinito a lo largo de la Avenida y yo tenía una mezcla de incertidumbre y desesperación por llegar a destino. Ya ni podía pensar en el alto en el camino, ahora estaba 15 minutos retrasada de mi destino final!
Caminé 6 cuadras y decidí arriesgarme a subirme a un colectivo repleto de gente. El tráfico no avanzaba y yo no iba a llegar nunca a horario. Así es que intenté recuperar mi compostura, me consolé con la idea de no ser la única víctima del caos y dos horas y 20 minutos después de haber salido de casa, por fin llegué al lugar deseado.
Solo que un detalle me hizo pensar en volver a casa y empezar de nuevo. En el edificio al que me dirigía había un camión de bomberos estacionado en la puerta y varios bomberos revisando el interior. ¿Amenaza de bomba quizá? La guerra de dos mundos todavía se está filmando y nadie me avisó!