Buenos días y bienvenidos a la ironía que le pongo al día a día, para que pese menos...

miércoles, 30 de marzo de 2011

Me aburro

Me aburro, no tengo nada interesante para hacer y me aburro. Leí mis mails, borré los viejos, respondí los que hacía tiempo que tenía colgados y me aburro.
Leí un diario, organicé algunas cosas en la oficina, ordené mis cajones y me aburro. Estoy por terminar una tarea en mi trabajo, pero me falta cierta documentación que todavía no me ha llegado. Hasta que no llegue, no tengo mucho para hacer y me aburro.
Me gustaría en este momento poder leer el libro de ficción que estoy por terminar, porque a la noche tengo demasiado sueño para leer o justo la novela se pone interesante y me distrae.
Me gustaría poder salir a hacer los trámites que necesito hacer o a dar vueltas y mirar vidrieras, porque a la hora en que termina mi jornada ya los negocios están por cerrar o no es hora para trámites y en el horario de almuerzo todo está colapsado.
Me gustaría estar en mi casa tomando mate, quizá ordenando las cosas que me quedaron colgadas del fin de semana o pintando o mirando algún programa de cocina.
Pero no puedo hacer nada de eso y me aburro. Hace tiempo que vengo pensando que 9 horas con el culo en una silla son muchas horas para mí y para mi capacidad de concentrarme en una tarea.
La jornada tendría que ser de no más de 6 horas. De lo contrario ¿en qué momento vivimos? Yo convertí el domicilio de la oficina en aquel en el que recibir desde una carta hasta un equipo celular, porque en mi casa no estoy nunca. Y, como me pasaba cuando recién empecé a trabajar, el dinero que se supone que uno invertiría en algo que le permitiera disfrutar, no sirve, porque no existe ese tiempo para disfrutar del tiempo fuera de la oficina.
Entonces, algunos afortunados ahorran, pero solo pueden consumir el producto de ese ahorro en los 15 días de vacaciones que se otorgan durante los primeros 5 años de antigüedad en el trabajo, si es que uno puede llegar a tener la suerte de estar tanto tiempo en un mismo lugar.
El hecho de pensar en que tengo que estar acá haciendo nada todo el día, me aburre. Si estuviera muy ocupada trabajando, no tendría este tipo de problemas e inquietudes, porque estaría trabajando. Pero cuando los espacios libres son tan amplios, es inevitable el aburrimiento y el vuelo de la cabeza hacia cualquier lado.
Ojalá se me ocurriera algo para hacer desde el escritorio porque, por lo pronto, de acá no me puedo mover hasta que sean las seis de la tarde. Aburrido, ¿no?

martes, 29 de marzo de 2011

Yo sólo quería mi licencia!

Tenía que ser hoy. No podía ir ni mañana ni pasado mañana. Hoy era el día en el que me iba a tener que comer ese bodrio. Me robaron la licencia de conducir cuando todavía le quedaban dos años de vigencia. Yo no tenía ganas de dar otra vez el examen de manejo; primero, porque no tengo auto y segundo, porque con la licencia que me robaron había manejado una vez en cuatro años y en otra ciudad. Así es que decidí sacarla lo antes posible, que se traduce en la semana que viene. Y uno de los requisitos para obtenerla es ir a la charla a la que fui. Lo único bueno que puedo sacar de esa charla, es el post que estás leyendo y un papel choto con la firma de Mister Manejo Perfecto.
La charla era a las 19 hs. cerca de mi casa y lejos de la oficina. No sé por qué ridícula razón decidí tomar un colectivo que me dejara a mitad de camino, para luego poder hacer el resto caminando y mirando vidrieras. En horario pico es la peor idea que se me pudo ocurrir. Llegué a las 18.45 a mitad de camino, así es que tomé el subte para hacer dos estaciones y llegué 5 minutos antes de que empezara la charla. Yo soy muy puntual, demasiado. Tanto, que me molesta. Por lo tanto y siguiendo la línea errada del día de hoy, decidí ir a comprar un café a la cadena de cafés que más gente tiene a la hora de la merienda. No solo ví la cantidad de gente que estaba amontonada esperando su café, si no que decidí quedarme y arriesgarme a llegar tarde a la charla, total siempre llego primera a todos lados.
Se hicieron las 19.10 cuando arribé al lugar y la charla ya había empezado hacía 10 minutos y detrás de mí cerraron con llave, en señal de "hasta aquí era tardanza tolerable". Ya no quedaban sillas visibles para usar, así es que me quedé parada un rato... ¿por qué todos me miran? Yo siempre soy puntual y elegí el día equivocado para no serlo!
Siempre supuse que la charla iba a ser aburrida. La había hecho hacía cuatro años y recordaba que nos habían pasado un video horrible en el que todos chocaban y se veía mucha sangre. Desde mi punto de vista, una forma un poco violenta de crear conciencia.
Hoy, para 'suerte' de los alrededor de 70 futuros conductores que estábamos ahí, estaba Mister Manejo Perfecto para asesorarnos. Ya estaba hablando cuando yo llegué, así es que no sé con qué abrió la charla, pero ahora estaba exigiendo que "adivináramos" las respuestas a lo que preguntaba.
Se quejó durante toda la charla de la falta de participación de la gente, pero cuando alguien decidía participar, él decía “vos no” o “callate ahora” o “no me interrumpas” o “no tenes idea”. Lo bueno es que la única oportunidad en la que junté fuerza de voluntad en mi día equívoco, me equivoqué al dar la respuesta pero Mister Manejo Perfecto no me escuchó.
El resto de la charla, que duró 30 minutos de monólogo y estadísticas al pedo y 20 de preguntas pelotudas, me dediqué a retener la mayor cantidad de datos posibles, para compartirlos con ustedes.
Por ejemplo, Mister Manejo Perfecto condena a todo aquel conductor que supere la velocidad máxima, pero se refiere aquel que anda a poca velocidad como el “tarado” o el “infeliz”. Bien, ahora me toca a mí evaluar si quiero quedar entre los “tarados” o entre los que violan la ley.
Si respondías una pregunta de manera incorrecta, soltaba un efusivo "nada que ver!" y siempre había algún chupamedias que intentaba enmendar el "error" que otro había cometido, con un comentario pelotudo. Una de las críticas que se escucharon desde la audiencia, fue la creación de las bici sendas. Mister Manejo Perfecto nos instó a sentarnos durante 10 minutos en alguna calle con bici senda, para que viéramos la cantidad de gente que anda en bicicleta y a quien la bici senda le solucionó la vida. Muy bien, pero acto seguido dice que lo malo es que la gente tira basura y las alcantarillas se tapan. ¿Y eso que mierda tiene que ver con el tránsito?
De allí derivamos en los soretes de perro, pasando por los semáforos en amarillo, las sendas peatonales y las veredas rotas. Y un pobre señor de unos 50 años, decide compartir un pensamiento con todos. Y le comenta a Mister Manejo Perfecto que un escritor (que mantiene en el anonimato hasta el final, por insistencia de Mister) ha dicho que se puede escribir una palabra con exactamente todas las letras que forman “argentino”. Yo, que soy atolondrada para adivinar y nunca entiendo la consigna de primera mano, pienso para mí y me respondo que la palabra que se puede armar es “boludo”. Ya sé, nada que ver, pero por eso aclaré que no entiendo consignas de primera mano. Resulta que la palabra que se puede formar es “ignorante” (me los imagino a todos volviendo al renglón en donde escribí “argentino” para comprobarlo). Ahí Mister Manejo Perfecto salta, al mismo momento que se genera un murmullo colectivo, algunas señoras mayores mueven la cabeza en señal de afirmación y un par, como yo, ponen cara de "me quiero ir ya". Salta para decir "si hay algo que a mí no me gusta, es que me llamen ignorante". Hubiera sido interesante contarles que se agarraron a piñas y que yo aproveché para agarrar mi certificado y salir corriendo de ahí, pero no. Una mujer que estaba en la primera fila dijo que era Uruguaya y todos se concentraron en eso y dijeron que en Uruguay se respetan las normas de tránsito, porque Uruguay es un país serio....
La verdad, no sé cuál es la razón por la que existe gente tan al pedo, con tantas ganas de discutir pelotudeces y sobre todo, con una persona que se dirige a los demás apodándolos “tarado”. Me puse nerviosa y empecé a pensar en estrategias para irme, con el certificado. No me iba a ir con las manos vacías luego de haber desperdiciado mi única tarde libre en tremenda ridiculez. No faltó el moscato y la pizza con morrones que Mister Manejo Perfecto puso de ejemplo para la conocida consigna "Si tomas, no manejes" ni la pregunta "¿vos sabes qué es el moscato?" a una chica de 18 años que contesto que no tenía idea de lo que era, ni los prejuicios por las drogas, ni la automedicaciòn en la que incurre el argentino "promedio".
Faltó la típica discusión acerca de la actual gestión de gobierno y lo caros que son los impuestos en la ciudad.
Sobraron los comentarios llenos de órdenes, mala onda y poco contenido. Al finalizar, Mister Manejo Perfecto fue llamando a cada uno de los que habíamos participado de la charla, para ir entregando los certificados de asistencia, prohibiéndonos pararnos hasta tanto no nos nombrara. ¿Y a que no saben? A mi no me nombró, así es que me acerqué y le dije “no me nombró” y me ligué la cagada a pedos, al pedo. Porque él se había comido mi certificado detrás del de otra persona. Fantaseé con la idea de increparlo, contarle lo que opinaba de su charla vacía y mostrarle que yo también podía tener mal humor y ser maleducada. Pero me puse a pensar que no valía la pena, que en realidad yo solo quería mi licencia...


Qué vergüenza que me da!

Qué feo es ir en el subte, sumidos en un silencio cómplice de quienes tenemos sueño y estamos haciendo el esfuerzo por llegar a destino y que de pronto se sienta un grito que desequilibre ese silencio matutino.
Más feo es que ese grito salga de tu boca y que no sea un grito cualquiera, sino un grito desaforado, casi ordinario y despechado. Y luego de eso, mi silencio y muchos ojos pegados en todo mi cuerpo mientras me dedico a hacer algo que me hace parecer más enferma aún que cuando pegué el grito.
Hoy salí re dormida de casa. Caminé 5 cuadras con el bolso de natación en un hombro y la cartera en el otro. Llevaba traje, pero debajo me había puesto la malla para no demorar cuando llegara a la pileta. Llegué al subte 4 minutos más tarde que de costumbre y ya, como efecto dominó, todo se fue atrasando. Para ganar tiempo, durante el viaje en subte fui entretenida con el candado que uso en el locker del gimnasio, que por una razón que desconozco no reconocía la clave que le asigné cuando me lo compré y no abría. Lo positivo de lidiar con el candado, fue que las estaciones de subte se me fueron pasando rapidísimo. Y antes que eso, otra cosa positiva y rara a la vez, es que ahora hay más gente en la calle a las 7.30 que en verano. Entre los niños que van al colegio, los encargados de edificio y los comerciantes, ya somos mucho más que dos a la mañana.
Bueno, entonces vengo en el subte intentando abrir el candado y pensando en que voy a terminar pidiéndole a la encargada del baño de la pileta uno, porque a esta hora no hay lugar donde comprar un candado y ya he pensado en esto otras muchas mañanas y en la estación anterior a la mía se desocupa un asiento. Entonces me acerco para sentarme y veo una bolsa con dos termos al lado de la puerta que no se abre en esta estación y pienso en la pobre persona que se dará cuenta dentro de un rato, que se ha olvidado una bolsa en el subte y vaya uno a saber en qué estación se la olvidó y todo el cuento en cabeza de este ser humano. Entonces grito: “¡¡¡Alguien se olvidaaa una boooolsa!!!” y le pongo mucho énfasis al grito y lo transformo casi en un reproche o un enojo, porque ¿qué cabecita se olvida de su bolsa en el subte? Mucha gente que está descendiendo del subte se da vuelta para mirarme, mucha otra gente que permanece sentada me mira, yo miro la bolsa y espero que aparezca alguien reclamándola y casi al mismo tiempo en que todo esto sucede (cuestión de segundos), el señor que está sentado al lado del lugar vacío que voy a ocupar, me dice “es mía la bolsa”.
Bien, soy el centro de todas las miradas. Muchas gracias, me he ganado esa mirada violenta en repudio a mi súbita acción de despertar gente dormida. Igualmente la culpa de todo esto no es mía, Señor, ¿me quiere decir por qué carajos deja su bolsa al lado de otra persona? ¿Se da cuenta que todas estas personas me están mirando por culpa suya? Yo me convierto en una metida y Ud. es el héroe de sus termos y el Señor atento a sus bolsas, muy injusto. Me interno en mi tarea de intentar abrir el candado y siento las miradas de todos. Pongo cara de distraída y ruego que se abran las puertas para dejar de sentir esa vergüenza fea y escapar corriendo. Me bajo en mi estación y llego al gimnasio. Es muy tarde, no tengo candado, no encuentro el carnet, no sé qué tengo que encontrar primero.
Termino de nadar, me baño, me olvido la gorra y las antiparras en la ducha. Vuelvo a buscarlas, hay una persona que está limpiando las duchas y creo que me habla y le contesto a lo que creo que me dice y entonces expresa “no te dije nada” y le pido perdón y pienso en cerrar mi boca y en no volver a intervenir a no ser que me estén hablando directamente a mí.
Cuando me estoy yendo del gimnasio, devuelvo el candado que me prestaron y a cambio me devuelven el carnet. Saludo “hasta mañana” y la encargada del baño me dice “La toalla, por mí llevátela…” y veo que tengo colgada la toalla al bolso, como quien se cuelga la ropa que sacó de la soga en su hombro. Show de actos vergonzosos, todavía estoy a tiempo de empezar de nuevo!

lunes, 28 de marzo de 2011

Moda otoño-invierno

Qué pena levantarme y ya empezar a vislumbrar el invierno. Ya es de noche hasta las 7 am y hace frío en el baño. Cuesta meterse debajo de la ducha, cuesta salir de la ducha una vez que el agua ya sale caliente y cuesta mucho más salir a la calle.
Ni hablar luego de un fin de semana de cuatro días. Hoy sonó el despertador y pensé que era el de algún vecino. Sí, me cago en la privacidad, pero el edificio en el que vivo es así de chiquito. Casi muero cuando me di cuenta de que mi despertador era el que sonaba. Me pesaba el cuerpo, no podía ni abrir los ojos y empecé a cancelar mentalmente las actividades que me había agendado antes de entrar a trabajar.
Todo fue en vano; a las 7.45 estaba caminando hacia el subte que, para mi sorpresa, no iba hasta las manos sino tranquilo.
Y aquí empecé a despertar de a poco, con un poco de risa contenida al ver la vestimenta de las mujeres. Es gracioso ver cómo se apuran por llegar al invierno. No es que el invierno va a llegar, son ellas las que tienen que llegar al invierno, como para instalarse en él y quedarse el tiempo que les demanda usar toda su ropa nueva y de moda.
Me sorprendió ver chicas con bufanda. Convengamos que no hace frío como para usar bufanda, aunque no dejo de lado la posibilidad de que haya muchas gargantas sensibles en Buenos Aires.
También vi mucho tapado largo. Ahora pienso, en invierno ¿qué carajo se van a poner? Porque cuando está por llegar el verano, con 17 grados ya ves musculosas por doquier. Y ahora con 15 grados ¡ves tapados largos! ¿Serán las mismas chicas?
No faltan las que siguen usando las calzas floreadas con la remera de encaje y los suecos con broches dorados y tacón de madera bien incómodo. Por supuesto se llenan de accesorios, ¿para qué elegir uno si se pueden poner todos juntos?
Aros larguísimos, pulseras de todos los anchos y colores, collares y anillos, no faltó ninguno a la cita del lunes a la mañana.
Las que usan tapado largo también se calzaron las botas, que son las que se van a usar este invierno. Si esas chicas tuvieran el placard del tamaño del mío, estoy segura de que tirarían todos los años lo que han usado en la última temporada, porque es imposible que todo eso entre en un solo placard. También me asombra que existan tantas mujeres a las que el dinero les alcanza para estar siempre igualitas a las revistas, sin ponerme a analizar en esta instancia cómo es que a alguien le puede gustar “copiar” lo que sale en una revista y, peor aún, saber que habrá otras miles que harán lo mismo!!
Yo prefiero ponerme un saco de hilo para los 15° porque al mediodía harán 24° y el abrigo no servirá de mucho. Escuchaba al señor del tiempo en el informativo esta mañana que decía “hay que vestirse como cebolla” y pensé “Señor, Ud. parece grande e inteligente, las cebollas no se visten!!!”. Y justamente anoche, cuando cortaba una cebolla, pensé que no me gusta que utilicen el nombre de esa verdura en vano, para evocar a una persona vestida con mil cosas. La cebolla no tiene la culpa de que los humanos seamos ridículos. No es necesario tanto por solo 15°. Cuando hagan 4°, ¿qué vamos a hacer? ¿Empezar con las alertas de invierno? “Frío intenso, hacen 2 grados en Buenos Aires y 0 de sensación térmica”. Por Dios, ¡¡¡¡es el fin del mundo!!!!
¿Y qué le queda al que pasa frío en serio en algún lugar al sur de Buenos Aires? Porque podrá hacer cualquier cosa, pero frío lo que se dice frío, no hace nunca en Buenos Aires.
Por eso y para menguar lo jodido de volver a trabajar después de tantos días de ocio, propongo que miremos los modelitos de este “otoño-invierno” y nos riamos un poco de nosotros mismos si mañana antes de salir, agarramos la bufanda “por las dudas”.
La alternativa es estar de mal humor todo el santo día porque no tenemos ganas de trabajar y esta semana va a ser de cinco días y falta exactamente un mes para volver a poder disfrutar del ocio. Al menos yo prefiero reírme de los demás hoy, no tengo energías para estar de mal humor.

miércoles, 23 de marzo de 2011

De necesidades y urgencias.

Cada tanto me agarra la necesidad imperiosa de tener algo, por alguna razón con un fundamento sólido para mí y endeble a los ojos de los demás. El deseo irrefrenable de obtener eso que estoy necesitando genera, por sí solo, el discurso frente a los que no entienden mi urgencia y el sentimiento de carencia que me desvela y me inquieta.
A medida que pasan los días, se va acrecentando la pena y siento ese cosquilleo adentro y esa ansiedad desaforada por salir a encontrar aquello que estoy buscando. Y no lo encuentro y me desanimo o intento hacer de cuenta que me olvido, pero no puedo.
Recuerdo claramente el vacío contenido la semana pasada: necesitaba un bolso para poner mis artículos de perfumería (porque retomé pileta, con antiparras asesinas a la carga y sin cremas mágicas) y no tenía tiempo para ir a buscarlo. Recordaba exactamente dónde lo vendían y se me hacía agua la boca por ir a buscarlo. Tardé cuatro días enteros en llegar a él y hoy estoy feliz con mi bolso lleno de cositas que llevo a pileta.
Luego surgió la posibilidad de anotarme en un concurso de pintura y se me ocurrió que yo podía estar ahí, ganando el primer o segundo premio por mi labor. Pero para ello necesito el soporte en el cual explayar mi arte y hasta ahora no he podido dar con la librería que lo venda. Eso me quita el sueño algunas noches y me tira la estima al suelo otras, ante la posibilidad inminente de quedar fuera del concurso por vencimiento del plazo de entrega.
Y ahora, en la difícil tarea de deshacerme de todo aquello que está de más en mi placard, me encuentro con cantidad de pantalones sin el ruedo hecho. Desde que uso pantalones, he necesitado hacerles el ruedo. Siempre con la aguja y el hilo, tratando de hacer las cosas de manera prolija e intentando lucir lo más pulcra posible. Más que nada, no quiero pisarme los pantalones y que se rompan, esa es la pura verdad.
Pero ayer decidí que quiero tener los dobladillos de los pantalones con la costura visible, como si los hubiera comprado a mi medida. Y me acordé que existen esas maquinitas de coser del tamaño de una abrochadora chica, que se maneja con una sola mano y seguro cose dos pantalones y se caga.
Pero la quiero, me recorrí las dos peatonales y nada. Miro desesperada en las esquinas y los vendedores no las tienen. Una vez vi a alguien que las vendía en el tren, hace como dos meses. Luego vi a alguien en el subte, hace más o menos el mismo tiempo. Hasta al comercio en el que están todas las cosas que ofrecen en la tele fui y nada! Ya le pedí a una amiga que viaja en tren más seguido que yo, que si la ve no dude en comprármela. Más que un pedido fue una orden.
Se torna desesperante. Si mi mamá me leyera, me diría “no seas monotemática”, porque parece que lo tengo desde chica. Se me mete algo en la cabeza y cagamos. Pero bueno má, venimos del mono, ¿cómo no ser monotemática? Imaginate si fuera chanchotemática o rinocerontemática o sapotemática. Sería horrible, tendrías que decir “tengo una hija ratatemática”. Prefiero ser monotemática y perder mi oxígeno mientras intento conseguir lo que necesito, para luego recuperarlo cuando finalmente he dado con ello.
Por lo pronto, mañana y pasado son días feriados y no tengo la posibilidad de comprar el soporte para pintar ni la máquina para hacerme los dobladillos. Qué infeliz va a ser mi fin de semana largo. Tantos días con necesidades que, con suerte, podré dejar de tener la semana que viene o quizá, cuando sea demasiado tarde.
Ok, tendré que crearme una necesidad que pueda saciar los feriados, ya me pongo a pensar en eso. Que descansen!


Qué lindo que llueva!

Los días de lluvia nos invitan a acurrucarnos, a pensar en estar en casa, en la cama, solos o con alguien, mirando alguna película, leyendo o durmiendo. Son ideales para un encuentro romántico. El agua de lluvia en otoño nos da sensación de bienvenida al frío y en verano,  nos invita a salir a mojarnos sin que nada importe y somos felices al percibir el olor a pasto fresco.
Bueno, ahora imaginate que el disco de pasta o el cd en manos de un DJ se vuelve para atrás, como en señal de freno de la voz en off y pongámonos realistas, que la lluvia es una mierda.
Quizá fuera lindo mojarse para Heidi y Pedro, con las cabras pastando y el vaso de leche esperándola en la mesa. Pero para mí que tengo que venir a la oficina en bondi o subte, es una real cagada. Y ni te cuento para el que toma tren en la loma del orto y se mete en este quilombo un día cualquiera.
Seguramente las imágenes que pasaré a reproducir han formado parte de tu vida en más de un día lluvioso. Yo las quiero dejar expuestas acá para no olvidármelas cuando escuche el próximo pronóstico desalentador.
Por lo general, lo primero que sucede es que pisas una baldosa floja, de las millones que hay en Buenos Aires y quedas todo lleno de pintitas de barro por delante. Lo que no sabes, es que seguramente te queda una costra por detrás que no sentís y que todo el mundo ve mientras vos vas caminando como si nada.
Cuando queres subir al colectivo que, el 90 por ciento de las veces frena mucho más delante de la parada, te cae el chorro de agua del techo y no te queda otra que mojarte, porque no podes entrar al colectivo con el paraguas abierto.
Si viajas en subte, prepárate la tabla para bajar las escaleras que te llevan a la estación al mejor estilo “culipatín”. El espectáculo artificial de la catarata en las escaleras es digno de una foto.
Si tenes la mala suerte de tener que tomar el tren, vas a vivir una experiencia más tipo parque de diversiones, viendo cómo los vagones mojan todo al pasar y sin saber bien por dónde vas, con los vidrios empañados y en pleno descampado entre una estación y otra.
Si tenes que caminar, suerte, la ciudad está llena de vivos que los días de lluvia salen en auto y a los que les encanta pasar bien cerca del cordón para mojarte. A ellos, mi más sincero agradecimiento y ojalá el día de mañana tenga la oportunidad de encontrarlos.
El viaje no resulta del todo ameno, de hecho hoy mismo me arrepentí de no haber llevado un libro conmigo para leer en el camino y me reí de mí misma cuando subí a un colectivo que iba hasta las manos, con gente toda mojada y de mal humor.
Porque lo gracioso es que pareciera que llueve para los demás solamente, entonces uno debe entender el mal humor y los desplantes de la gente, porque a ellos les llueve. Vos tenes tu sol aparte, ¿no? Entonces te tenes que bancar que te claven el paraguas en el pie o que lo apoyen contra tu cartera o contra la bolsita en la que llevas el tupper, que si es de cartón, se rompe!
Una vez que te bajas del colectivo y luego de volver a mojarte con el chorro que cae del techo, esperas entre 5 y 10 minutos en las calles sin semáforo para poder cruzar y te topas con más de uno que, paraguas en mano, va por debajo del techo…. seguramente porque alguien le ha dicho que los efectos del agua en el cuerpo son terribles. No solo tiene paraguas sino que además quiere todo el techo y no se mueve ni un milímetro para impedir que vos te sigas mojando.
Si, claro, vos tenías paraguas, pero se dio vuelta en la primera esquina y te quedaron los fierros en la mano. Y vas corriendo con los hombros levantados, como si esa posición incómoda permitiera que los hombros te cubrieran la cabeza y no te mojaras.
El pelo es un capítulo aparte, podría representar algún programa de Animal Planet con la humedad que hay en el ambiente.
Ah, cuando llegues a tu casa por favor tirá el calzado que hayas usado ese día. Con tanta agua que pisaste, no se van a haber salvado ni las medias.
Y sí, no hay nada mejor que los días de lluvia. Son tan románticos….

viernes, 18 de marzo de 2011

Quiero no quererte

Nunca me pasó de dejar de querer a alguien antes de que dejaran de quererme a mí. He sido una chica dejada y no me pesa. Por el contrario, me sirvió para saber hasta dónde puede llegar la tristeza si uno no le pone un freno y cuán loco se puede volver un ser humano por otro, aunque no valga la pena.
Pero al revés no me había pasado, esto de sentir que te hacen tanto mal que te obligan a dejar de querer, a no querer compartir nada más, a que mágicamente esa persona desaparezca y que se lleve tu dolor con ella.
No es necesario que la otra persona sea tu pareja, puede ser un amigo, un compañero o hasta alguien de tu familia. La condición para que se dé lo que describo, es querer a ese otro. Y la consecuencia con ese otro, es que su ceguera le impida ver cuánto te lastima y eso te lleve a no querer quererlo más.
Hace un par de meses que no quiero quererte más, pero no puedo. Ya me hice consciente de tu ceguera, pero no puedo aceptar que me lo estés haciendo a mí. Quizá no es a “mí” con nombre y apellido, sino a todo lo que no te gusta de vos, pero lo depositas en mi vida y yo tengo que cargar con eso.
Hace varios años que queres que todos estemos en torno de vos y algunos ya no tenemos ganas de seguirte a todos lados o simplemente armamos nuestras vidas en rumbos paralelos al tuyo, por lo que ya no quedan posibilidades de que se crucen. Pero vos insistis, siempre desde el reproche y creando la culpa para que te quiera.
Y yo hace tiempo que me vengo cuestionando tus reproches y hace otro tiempo que siento que ya no tengo nada que reprocharme. El colmo fue cuando los reproches se instalaron en un tiempo y un espacio totalmente inadecuados y te pusieron mucho más en evidencia que nunca.
A mí no me gusta querer para que no me reprochen. A mí no me gusta querer con condiciones. A mí me gusta la libertad, hubiera sido el nombre que me hubiera puesto al nacer si hubiera podido elegir. Y no te digo que soy de los que andan con el discurso del “me ahogas” porque solo me ahogo cuando no respiro, pero las obligaciones en mi vida pasan estrictamente por lo laboral, todo el resto es alegría y disfrute.
Y vos te convertiste en una obligación y a mí no me gusta que me obliguen a querer.
Me lastimaste mucho este último tiempo y sé que en el momento menos pensado vas a redoblar la apuesta y estoy acá, en un rincón acurrucada, intentando dejar de quererte antes de que eso pase.
Pero no puedo, no sé cómo hacer para tirar por la borda tantos recuerdos y tantos momentos. No sé cómo abrir mi cerebro y quitarme la foto de tu cara. Sí sé que no quiero estar cuando vengas a tocarme la puerta para maltratarme una vez más con tus reproches vacíos, así es que lo voy a seguir intentando. Voy a tratar de dejar de quererte… para siempre.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Qué dificil es reacomodarse...

No termino de ordenar, volví de vacaciones hace una semana y todavía tengo la bolsa llena de papelitos y folletos arriba de la mesa, aguardando a que me digne a cortarlos y ubicarlos en un álbum de fotos.
El placard de la habitación parece un campo de batalla, ya casi tengo toda la ropa lavada, pero se me acumula de nuevo y no encuentro espacio para guardarla. Para navidad me compré un perchero de boutique porque el caño de mi placard estaba roto y tuve tanta mala suerte que cortaron los caños del perchero un poco más altos de lo que yo los necesitaba y apenas puedo poner las perchas. Fue peor el remedio que la enfermedad. Y creo que mala suerte no hubo, sino inutilidad del que cortó el caño.
Los cajones ya no dan abasto, tengo muchas cosas viejas que no me animo a tirar o regalar, porque al par de meses se las veo puestas a otra persona y las extraño y pienso que yo también podría haber usado esa prenda de esa forma o en esa combinación. Pero mientras se encuentra en mi cajón, no me inspira ningún uso original.
El baño está lleno de productos “por terminar”. Hay una crema a la que le queda un dedo, un desodorante para 2 puestas más, 5 shampoos empezados y muchos repuestos de todos los artículos de perfumería, porque tengo la manía de acumularlos para que nunca me falten.
La cocina, bueno, es un tema aparte. Esta semana cambio la heladera y eso genera que todas las pavadas acumuladas arriba de ella ahora deban pasar a algún lugar alternativo. El problema es que en mi casa no hay lugares alternativos porque no hay lugar.
Encima, me encanta juntar cosas de la calle que pueda reciclar y antes de irme de vacaciones encontré dos banquitos de pino que tengo ahí esperando que los pinte y los use.
Todos los días cuando salgo del trabajo pienso que voy a llegar a casa y me voy a poner a hacer una buena limpieza. Y todos los días llego, me acobardo de solo mirar la cantidad de cosas acumuladas y no hago nada. Y cada mañana, antes de salir para el trabajo, pienso que no vale la pena acumular y que hay que deshacerse de todo porque lo único que se logra con mucho es juntar mugre.
Ya ni libros puedo comprar porque no hay más lugar en las bibliotecas ni lugar para nuevas bibliotecas.
Más o menos así está mi vida en este momento. En marzo es cuando empiezan las actividades cuatrimestrales o anuales. Este año quiero volver a bailar, pero no ya, si no el mes que viene. Voy a nadar, pero no todos los días, sino dos veces por semana. Haré gimnasia, pero solo cuando tenga ganas. Y  retomaré los estudios y cursaré un posgrado, pero tranquila, sin querer tener el título ya. Mientras tanto, salgo del trabajo y vuelvo a mi casa; no tengo otro destino, porque me acobarda el solo hecho de pensar en ir a otros lugares y volver tarde con la noche ya instalada y el frío y la desolación.
Prefiero, por ahora, planificar el orden de mi vida sin demasiada prisa, pensando en despojarme más que en retener y haciendo sólo y exclusivamente lo que tenga ganas. Para todo lo demás tengo un potente “no” preparado (y también para todo lo demás existe Mastercard). No hay apuro, esto recién empieza.

lunes, 14 de marzo de 2011

Mejor calor que frío...

14 de marzo, 6 am y hacen 12 grados. 11 de marzo, 6 pm y hacían 32 grados. En dos días el tiempo se fue a la mierda y el paisaje natural se empobreció de una manera tan abrupta, que no me dio tiempo a somatizar el otoño que tanto me deprime.
El viernes había guardado el traje de baño en mi bolso de fin de semana y estaba contenta porque el sábado me iba a meter en la pileta. A la salida del trabajo solo pensaba en llegar a mi casa y prender el ventilador para no morir asfixiada. El sábado a las 11 am fui al gimnasio y esperando al profesor sentada, transpiré más que si hubiera ido a correr por Palermo.
El sábado a la noche hacían 10 grados y no se podía estar al aire libre. Todo esto me lleva a tener que apurar a mi cabeza y pedirle que acepte el hecho de que el invierno se acerca. Sí, ya sé, si empiezo a decir que ya estamos en invierno, me convierto en un porteño más que conjuntamente con la tragedia del tsunami en Japón, ponía el viernes el titular “Alerta naranja por el calor” y el sábado “Alerta por tormentas en Capital Federal”, cuando finalmente cayeron 3 gotas locas.
El porteño si no figura no existe. Y si no se queja, no es. El viernes me cansé de escuchar “qué calor de locos, ¿cuándo termina el verano?” y desde ayer que no escucho otra cosa que “se vino el invierno, hace un fríiiiiio…”.
¿No podrá la gente callarse la boca y dejar de comentar su parecer respecto del clima? ¿Acaso el prójimo supone que me resulta de interés su opinión acerca de las temperaturas? Con que el otoño me deprima y el invierno me tire abajo, ya tengo demasiado. El frío me encanta, pero me apaga el anochecer prematuro a las 6 de la tarde y el amanecer tardío rondando las 7.30.
También me molestan los que sacan las camperas con 12 grados y las vidrieras con la temporada otoño-invierno en pleno febrero.
En fin, estoy de vuelta. Atrás quedaron la playa, el calor y las ganas de muchas cosas que la luz y la temperatura hacen florecer. Al menos sé que no estoy sola en este espacio pequeño y seguramente no sea la única a la que le cuesta transitar el año hasta noviembre. Así es que, hagámonos compañía y quizá se hace más corto el viaje. Feliz año!